*** START OF THE PROJECT GUTENBERG EBOOK 43861 *** Nota del Transcriptor: Errores obvios de imprenta han sido corregidos. Páginas en blanco han sido eliminadas. Letras itálicas son denotadas con _líneas_. Las versalitas (letras mayúsculas de tamaño igual a las minúsculas) han sido sustituidas por letras mayúsculas de tamaño normal. GRANOS DE ORO De esta obra se han impreso cincuenta ejemplares en papel superior, numerados del 1 al 50. El precio de cada uno es de dos pesos oro oficial. BIBLIOTECA LA CULTURA CUBANA DIRIGIDA POR CARLOS DE VELASCO VOL. I. GRANOS DE ORO PENSAMIENTOS SELECCIONADOS EN LAS OBRAS DE JOSÉ MARTÍ POR RAFAEL G. ARGILAGOS _La Habana_ _Sociedad Editorial Cuba Contemporánea_ _O'Reilly, 11._ _1918_ Es propiedad. Derechos reservados. Imp. "El Siglo XX" (Tte. Rey, 27), de la Sociedad Editorial Cuba Contemporánea. La Habana. Yo quiero cuando me muera, sin patria, pero sin amo, tener en mi tumba un ramo de flores y una bandera. _Martí._ NOTA DE LOS EDITORES La SOCIEDAD EDITORIAL CUBA CONTEMPORÁNEA ha querido que el primer volumen de esta Biblioteca que ahora funda con el título de _La Cultura Cubana_, a semejanza de la creada bajo el de _La Cultura Argentina_ por el Dr. José Ingenieros en la ciudad de Buenos Aires, sea este libro formado con pensamientos de José Martí. El joven escritor que ha realizado la paciente y admirable obra de selección reunida en este volumen, Rafael G. Argilagos, presta con ella un indudable gran servicio a las letras patrias, honra la memoria insigne del Maestro y se honra a sí mismo; y aunque tales méritos la recomiendan sobradamente a la consideración del pueblo nuestro, el altísimo respeto y la profunda devoción por Martí, que ella revela, la hacen todavía más digna de atención y realzan su valor. Añádase a todo ello el acendrado sentimiento patrio y el buen gusto literario de que el señor Argilagos da irrefutable y patente prueba con este brillante acopio de _Granos de Oro_ del más subido quilate, y se tendrá por axiomático que el primer volumen con que iniciamos esta Biblioteca merece no sólo el puesto que le damos, sino férvidos aplausos y jubilosa acogida por parte del público lector. Tarea nada fácil es la de recoger en esta concisa y bella forma toda la copiosa y sutil esencia de un espíritu tan refinado y múltiple como el de Martí; pero si el talento sorprendente del maravilloso cubano supo manifestarse en cien aspectos distintos al escribir acerca de cuanto su fecunda pluma encontró digno de dedicarle algunos instantes de meditación, la perspicaz inteligencia del seleccionador de estos pensamientos ha sabido vencer, por la potente fuerza de la comprensión de aquel espíritu y por el filial cariño a su memoria, los obstáculos que la extensa, compleja y poco difundida obra de Martí le ha presentado. Y los venció con tan singular acierto, que el señor Argilagos deja muy poco, si algo deja, a los futuros escanciadores que pretendan apurar las ánforas donde fué dejando su corazón y su cerebro--alquitarado néctar de sabor y pureza exquisitos--el inolvidable caído en Dos Ríos. Bien lo dice el ilustre Dr. Enrique José Varona en una expresiva carta que escribió al señor Argilagos, al comenzar la revista _Cuba Contemporánea_ la publicación ordenada de estos pensamientos: ¡Qué gran servicio ha prestado V. no a la gloria, ya excelsa, pero sí al conocimiento de Martí! Los granos que V. ha sacado de la mina inagotable de sus escritos forman una cascada de piedras preciosas, donde muy rara vez se encuentra algún guijarro, como para recordar la ganga nutricia. Vale, pues, y mucho, este primer volumen que la _Biblioteca_ "_La Cultura Cubana_" ofrece al público; no ya porque quien ha espigado en los libros de Martí pone de relieve todo, o casi todo, lo mejor de sus catorce volúmenes publicados hasta hoy, sino porque la divulgación del contenido de ellos, en esta forma breve y comprensiva, es altamente útil y contribuye al más amplio y exacto conocimiento de aquel que dijo: Un libro, aunque sea de mente ajena, parece como cosa nacida de uno mismo, y se siente uno como mejorado y agrandado con cada libro nuevo. Sea éste--primero de la serie en que irán apareciendo periódicamente las mejores producciones de los más altos intelectos cubanos que nos han precedido--a manera de escogida flor depositada por los fundadores de la SOCIEDAD EDITORIAL CUBA CONTEMPORÁNEA en la tumba del Prócer; flor la más fragante entre las muchas que a diario pone allí, junto a la bandera de la Patria, el amor de un pueblo agradecido que no le olvida, ni olvida tampoco el deseo tan bellamente formulado por Él en sencillos versos. La Habana, 1918. PROEMIO _Martí ha sido, es y será, en la radiante constelación de excelsos varones que han dado gloria y fama a Cuba, el más alto prócer._ _Él lo fué todo: la fe que salva y alienta, el valor que impone y exalta, el genio que invade y fulgura, el amor que conquista y domina._ _Su vida fué el apostolado, el sublime, el grandioso apostolado de la Patria, ante cuya ara sagrada ofrendó los más puros, los más cálidos, los más hermosos efluvios de su alma._ _Predicó con la palabra y el ejemplo; y era tal la majestad y tal la grandeza de sus acciones, que las multitudes, acaso adivinándolo divino--Cristo de una nueva doctrina salvadora--, le siguieron a través de su Calvario heroico, ansiosas de compartir con Él los tormentos de sus desvelos patrios._ _Caído en Dos Ríos, en lucha denodada y franca contra los enemigos de la Libertad--como predijo y fué su más ardiente aspiración--, surge triunfante en la magnificencia de su vida espiritual; y de nuevo los mismos corazones que ayer se estremecieron a su conjuro y le adoraron con infinita unción, hoy le rinden lauros gloriosos y hacen de sus santas y sabias parábolas como la Biblia que ha de iluminarlos y guiarlos a través del porvenir._ _Entre los que ayer veneraron su figura egregia con filial fervor, entre los que hoy han hecho de su memoria un culto y van por los caminos de la Patria redimida repitiendo sus palabras apostólicas, nos encontramos nosotros, acaso de los primeros y más amantes y sinceros de sus discípulos._ _Este libro que hoy damos a la publicidad es una buena prueba de ello: aquí están sus mejores pensamientos y sus más tiernas emociones._ _Para que la juventud de hoy--la generación que ha de regir mañana los destinos de la Patria--conozca mejor aquella conciencia inmaculada; para que los aprenda de memoria y no los olvide nunca, aquí le regalamos estos aforismos--granos de oro escogidos en la rica, inagotable mina de sus fulgurantes obras._ _Provechosa es la lectura de este libro. Él ilustra, consuela, fortalece y guía a los espíritus: los ignorantes, en él escanciarán ciencia noble y sana de la vida; los atormentados encontrarán bálsamo para sus dolorosas lesiones, los descreídos hallarán fe y esperanzas consoladoras, los descarriados verán caminos rectos y luminosos hacia el porvenir._ _Léalo la juventud, amorosamente; llévelo consigo, como preciosa joya, sobre su corazón; póngalo al alcance de su mano, junto a su lecho de reposo; y a toda hora, y en todas partes, como si fuera un cántaro de fecundas simientes que volcara sobre surcos abonados, viértalo en los espíritus, con la esperanza de que esas simientes habrán de florecer en no lejano día en abundante raudal de sublimes ejemplos cívicos y patrióticos._ _RAFAEL G. ARGILAGOS._ La Habana, mayo de 1918. I Del vol. "Cuba". (Primera Parte.) I En la cruz murió el hombre en un día; pero se ha de aprender a morir en la cruz todos los días. El dolor del presidio es el más rudo, el más devastador de los dolores, el que mata la inteligencia y seca el alma, y deja en ella huellas que no se borrarán jamás. Dios existe en la idea del bien, que vela el nacimiento de cada ser, y deja en el alma que se encarna en él una lágrima pura. El bien es Dios. La lágrima es la fuente de sentimiento eterno. Cuando todo se olvida, cuando todo se pierde, cuando en el mar confuso de las miserias humanas el Dios del tiempo revuelve algunas veces las olas y halla las vergüenzas de una nación, no encuentra nunca en ellas la compasión y el sentimiento. La honra puede ser mancillada. La justicia puede ser vendida. Todo puede ser desgarrado. Pero la noción del bien flota sobre todo, y no naufraga jamás. Sufrir es morir para la torpe vida por nosotros creada, y nacer para la vida de lo bueno, única vida verdadera. Sufrir es más que gozar: es verdaderamente vivir. El que sufre por su patria y vive para Dios, en este u otros mundos tiene verdadera gloria. Todas las grandes ideas tienen su gran Nazareno. La fraternidad de la desgracia es la fraternidad más rápida. Ninguna pluma que se inspire en el bien, puede pintar en todo su horror el frenesí del mal. Cuando todos los pueblos van errados; cuando, o cobardes o indiferentes, cometen o disculpan extravíos, si el último vestigio de energía desaparece, si la última, o quizás la primera expresión de la voluntad guarda torpe silencio, los pueblos lloran mucho, los pueblos expían su falta, los pueblos perecen escarnecidos y humillados, y despedazados, como ellos escarnecieron y despedazaron y humillaron a su vez. La idea no disculpa nunca el crimen y el refinamiento bárbaro en el crimen. Si los dolores verdaderamente agudos pueden ser templados por algún goce, sólo puede templarlos el goce de acallar el grito de dolor de los demás. Y si algo los exacerba, los hace terribles, es seguramente la convicción de nuestra impotencia para calmar los dolores ajenos. El espíritu es Dios mismo. Y ¡cuán descarriados van los pueblos cuando apalean a Dios! No graba cincel alguno como la muerte los dolores en el alma. Cuando se ha matado, cada día es de duelo, cada hora es de pavor, cada ser que vive es un remordimiento. Cuando se ha visto morir, cada recuerdo es una lágrima, y son todas las horas, horas de amor para los que murieron, horas de fe y de esperanza para los que aún luchan en la vida. Hay un límite al llanto sobre la sepultura de los muertos, y es el amor infinito a la patria y a la gloria que se juraba sobre sus cuerpos, y que no teme ni se abate ni se debilita jamás--porque los cuerpos de los mártires son el altar más hermoso de la honra. Las madres son amor, no razón; son sensibilidad exquisita y dolor inconsolable. Es ley de los buenos ir doblando los hombros al peso de los males que redimen. ¡Los redimidos, allá en lo venidero, llevarán a su vez sobre los hombros a los redentores! Mal puede luego alzarse a hombre el que se educa como a siervo mísero. Amigos fraternales son los padres: no implacables censores. Fusta recogerá quien siembra fusta: besos recogerá quien siembra besos. La única ley de la autoridad es el amor. Nunca deben los padres abandonar a otros el molde a que acomodan el alma de sus hijos. Es doble manera de hacer el bien, dar pan al cuerpo y darlo al alma. Amar puramente es redimirse de terribles sueños. Amar no es más que el modo de crecer. Amado será el que ama. Es ley que las frentes más altas y limpias atraigan sobre sí las piedras que se mueven siempre en las manos débiles o envidiosas. Merecer la confianza no es más que el deber de continuar mereciéndola. ¡No cabe honor en dejar morir, sin defensa, a aquellos cuyo triunfo nos preparamos, sin embargo, a aprovechar! El que sabe desdeñar su vida, sabrá siempre honrarla. Los caudillos nuevos han aprendido de los viejos a pertrecharse de recursos en las bandoleras enemigas. El deber debe cumplirse sencilla y naturalmente. El hijo odiará lo que odió el padre. Las fuerzas que se pierden en lágrimas, hacen falta después para el ardimiento y empuje de la sangre. Suele el miedo, natural consecuencia de la culpa, animar con color enfermizo las mejillas. Sólo las virtudes producen en los pueblos bienestar constante y serio. Tenemos que pagar con nuestros dolores la criminal riqueza de nuestros abuelos. El espíritu de los muertos pasa a alentar el alma de los vivos. ¡Qué miserable vida la del que concibió un alto empeño, y muere sin lograrlo! ¡Se sale de la tierra tan contento cuando se ha hecho una obra grande! La sangre de los buenos no se vierte nunca en vano. Un mal no existe nunca sin causa verdadera. Ya se han cansado nuestras frentes de que se tome sobre ellas la medida de los yugos,--aunque hay frentes que no se cansan de esto nunca. Los pueblos que han sido muy criminales, necesitan, para ser felices, lavar con alta grandeza sus pasados crímenes. Debe hacerse en cada momento lo que en cada momento es necesario. Aplazar no es nunca decidir. Adivinar es un deber de los que pretenden dirigir. Para ir adelante de los demás, se necesita ver más que ellos. Ignoran los déspotas que el pueblo, la masa adolorida, es el verdadero jefe de las revoluciones. La libertad cuesta muy cara, y es necesario, o resignarse a vivir sin ella, o decidirse a comprarla por su precio. Cuando un mal es preciso el mal se hace. Es menester más valor para sufrir la befa de los déspotas que para arrostrar su empuje en los combates. Hay gritos que resumen toda una época. La cesasión de un hecho sólo se determina por la cesasión de las causas que lo produjeron. A todo cejarán los tristes presos, menos a la ancha puerta que se abre para acelerar su libertad. El hombre ilustrado padece en la servidumbre política más que el hombre ignorante en la servidumbre de la hacienda. El dolor es vivo a medida de las facultades del que ha de soportarlo. Los grandes derechos no se compran con lágrimas sino con sangre. Las palabras pomposas son innecesarias para hablar de los hombres sublimes. Los hombres de fuerza original sólo la enseñan íntegra cuando la pueden ejercer sin trabas. Mejor sirve a la patria quien le dice la verdad y le educa el gusto, que el que exagera el mérito de sus hombres famosos. Azuzar es el oficio del demagogo, y el del patriota es precaver. Los servicios pasados apenas son más que la obligación de prestarlos mayores en lo venidero. A la patria no se le ha de servir por el beneficio que se pueda sacar de ella, sea de gloria o de cualquier otro interés, sino por el placer desinteresado de serle útil. Ni hay hombres más dignos de respeto que los que no se avergüenzan de haber defendido la patria con honor; ni sujetos más despreciables que los que se valen de las convulsiones públicas para servir, como coquetas, su fama personal o adelantar, como jugadores, su interés privado. La patria necesita sacrificios. Esfera y no pedestal. Se la sirve, pero no se la toma para servirse de ella. La revolución es algo más que una de las formas de la evolución, que llega a ser indispensable en las horas de hostilidad esencial, para que en el choque súbito se depuren y acomoden en condiciones definitivas de vida los factores opuestos que se desenvuelven en común. La palabra ha caído en descrédito, porque los débiles, los vanos y los ambiciosos han abusado de ella. No es lícito ocasionar trastornos en la política de un pueblo, que es el arte de su conservación y bienestar, con la hostilidad que proviene del sentimiento alarmado o de la antipatía de raza. Pero es lícito, es un deber, inquirir si la unión de un pueblo relativamente inerme con un vecino fuerte y desdeñoso, es útil para su conservación y bienestar. ¿Cuándo se ha levantado una nación con limosneros de derechos? La patria es dicha de todos, y dolor de todos, y cielo para todos, y no feudo ni capellanía de nadie. En propagar después del sacrificio el culto de los que supieron inmolarse, hay más honra que en haber ostentado en el sombrero, durante la inmolación, la cinta de hule de los sacrificadores. El arrepentimiento es un modo de entrar en la virtud. Hay un campo en que los hombres se dan las manos, que es el de la honradez, donde se respeta, y aun se ama por su virtud, a los adversarios constantes y veraces. Al hombre honrado no le asusta morir en la oscuridad en el servicio de la patria. II Del vol. "Cuba". (Segunda Parte.) II La gloria y el triunfo no son más que un estímulo al cumplimiento del deber. En la vida práctica de las ideas, el poder no es más que el respeto a todas las manifestaciones de la justicia, la voluntad firme ante todos los consejos de la crueldad o del orgullo. Cuando el acatamiento a la justicia desaparece, y el cumplimiento del deber se desconoce, infamia envuelve el triunfo y la gloria, vida insensata y odiosa vive el poder. Si la libertad de la tiranía es tremenda, la tiranía de la libertad repugna, estremece, espanta. La libertad no puede ser fecunda para los pueblos que tienen la frente manchada de sangre. No se va tranquilo ni seguro por sendas de remordimientos y opresiones. No ha de ser respetada voluntad que comprima otra voluntad. Ser injusto es la necesidad de ser maldito. No entiendo que haya cieno allí donde debe haber corazón. Sobre cimientos de cadáveres recientes y de ruinas humeantes no se levantan edificios de cordialidad y de paz. Patria es comunidad de intereses, unidad de tradiciones, unidad de fines, fusión dulcísima y consoladora de amores y esperanzas. Los pueblos no se unen sino con lazos de amistad, de fraternidad y de amor. Imponerse es de tiranos. Oprimir es de infames. Sólo obrando con razón perfecta se decide la suerte de los pueblos. Obedeciendo estrictamente a la justicia se honra a la patria. Cobarde ha de ser quien por temor no satisfaga la necesidad de su conciencia. El mejor ciudadano es el que cultiva una extensión mayor de tierra. La Instrucción acaba lo que la Agricultura empieza. La instrucción, abriendo a los hombres vastos caminos desconocidos, les inspira el deseo de entrar por ellos. No teme a los gobernados quien les enseña la manera de gobernar bien. No puede deshacerse en pocos años el hondo mal en muchos años hecho. La posibilidad de la exportación despierta el apetito del agricultor: la imposibilidad o dificultad, lo hace desconfiado y perezoso. La venta es el premio del trabajo: los caminos que facilitan la venta son su estímulo. Un progreso no es verdad sino cuando invadiendo las masas, penetra en ellas y parte de ellas. Toda la buena voluntad de un gobernante sería inútil si no lo secundara con vigor e inteligencia la voluntad de los empleados. Las épocas de reforma no permiten reposo. Los apóstoles de las nuevas ideas se hacen esclavos de ellas. El espectáculo de la riqueza excita el esfuerzo humano. El genio poético es como las golondrinas: posa donde hay calor. Para rendir tributo ninguna voz es débil. Para ensalzar a la patria, entre hombres fuertes y leales, son oportunos todos los momentos. Cuando en los hombres se encarna un grave pensamiento, un firme intento, una aspiración noble y legítima, los contornos del hombre se desvanecen en los espacios sin confines de la idea. Los derechos se toman, no se piden; se arrancan, no se mendigan. Hasta los déspotas, si son hidalgos, gustan más del sincero y enérgico lenguaje que de la tímida y vacilante tentativa. Por sensual queda en desuso la lírica pagana; y la cristiana, que fué hermosa por haber cambiado los humanos el ideal de Cristo, mirado ayer como el más pequeño de los dioses, y amado hoy como el más grande, acaso, de los hombres. No hay obra permanente, porque las obras de los tiempos de reenquiciamiento y remolde son por esencia mudables e inquietas. La elaboración del nuevo estado social hace insegura la batalla por la existencia personal y más recios de cumplir los deberes diarios que, no hallando vías anchas, cambian a cada instante de forma y vía, agitados del susto que produce la probabilidad o vecindad de la miseria. El amor entona cantos fugitivos, mas no produce--por ser sentimiento culminante y vehemente, cuya sensación fatiga y abruma--obras de reposado aliento y laboreo penoso. Parece profanación dar al Creador de todos los seres, y de todo lo que ha de ser, la forma de uno solo de los seres. Una gran montaña parece menor cuando está rodeada de colinas. El genio va pasando de individual a colectivo. La guerra, antes fuente de gloria, cae en desuso, y lo que pareció grandeza comienza a ser crimen. La corte, antes albergue de bardos de alquiler, mira con ojos asustados a los bardos modernos, que aunque a veces arriendan la lira, no la alquilan ya por siempre, y aun suelen no alquilarla. No hay accidente para el espíritu del hombre; no hay más que norte, coronado de luz. La montaña acaba en pico; en cresta la ola empinada que la tempestad arremolina y echa al suelo; en copa el árbol; y en cima ha de acabar la vida humana. La batalla está en los talleres; la gloria en la paz; el templo en toda la tierra; el poema en la naturaleza. No hay más difícil faena que ésta de distinguir en nuestra existencia la vida pegadiza y postadquirida, de la espontánea y prenatural. Se viene a la vida como cera, y el azar nos vacía en moldes prehechos. Cuando la vida se asiente, surgirá el Dante venidero, no por mayor fuerza suya sobre los hombres dantescos de ahora, sino por mayor fuerza del tiempo. ¡Qué es el hombre arrogante, sino vocero de lo desconocido, eco de lo sobrenatural, espejo de las luces eternas, copia más o menos acabada del mundo en que vive! Las convenciones creadas deforman la existencia verdadera, y la verdadera vida viene a ser como corriente silenciosa que se desliza invisible bajo la vida aparente, no sentida a las veces por el mismo en quien hace su obra canto, a la manera con que el Guadiana misterioso corre luengo camino calladamente por bajo de las tierras andaluzas. Asegurar el albedrío humano; dejar a los espíritus su seductora forma propia; no deslucir con la imposición de ajenos prejuicios las naturalezas vírgenes; ponerlas en aptitud de tomar por sí lo útil, sin ofuscarlas, ni impelerlas por una vía marcada: ¡he ahí el único modo de poblar la tierra de la generación vigorosa y creadora que le falta! Las redenciones han venido siendo teóricas y formales: es necesario que sean efectivas y esenciales. Ni la originalidad literaria cabe, ni la libertad política subsiste, mientras no se asegure la libertad espiritual. El primer trabajo del hombre es reconquistarse. Urge devolver los hombres a sí mismos; urge sacarlos del mal gobierno de la convención que sofoca o envenena sus sentimientos, acelera el despertar de sus sentidos y recarga su inteligencia con un caudal pernicioso, ajeno, frío y falso. Sólo lo genuino es fructífero. Sólo lo directo es poderoso. Lo que otro nos lega es como manjar recalentado. ¡Asesino alevoso, ingrato a Dios y enemigo de los hombres, es el que so pretexto de dirigir a las generaciones nuevas, les enseña un cúmulo aislado y absoluto de doctrinas, y les predica al oído, antes que la dulce plática de amor, el evangelio bárbaro del odio! Los buenos eslabones dan chispas altas. Menguada cosa es lo relativo que no despierta el pensamiento de lo absoluto. Todo ha de hacerse de manera que lleve la mente a lo general y a lo grande. La filosofía no es más que el secreto de la relación de las varias formas de existencia. La luz es el gozo supremo de los hombres. La majestad evoca y pone en pie todo lo majestuoso. La perfección de la forma se consigue casi siempre a costa de la perfección de la idea. Señálanse por sus desbordes y turbulencias las obras que arrancan derechamente de lo profundo de las almas magnas. No hay placer como este de saber de dónde viene cada palabra que se usa, y a cuánto alcanza. Nada mejor para agrandar y robustecer la mente que el estudio esmerado y la aplicación oportuna del lenguaje. No han de ser los versos como la rosa centifolia, toda llena de hojas, sino como el jazmín del Malabar, muy cargado de esencias. El verso, por dondequiera que se quiebre, ha de dar luz y perfume. Mas ni el vino mejora, luego de hecho, por añadirle alcoholes ni taninos; ni se aquilata el verso, luego de nacido, por engalanarlo con aditamentos y aderezos. Ha de ser hecho de una pieza y de una sola inspiración, porque no es obra de artesano que trabaja a cordel, sino de hombre en cuyo seno anidan cóndores, que ha de aprovechar el aleteo del cóndor. Caballo de paseo no gana batallas. No está en el divorcio el remedio de los males del matrimonio, sino en escoger bien la dama y en no cegar a destiempo en cuanto a las causas reales de la unión. En el pulimento no está la bondad del verso, sino en que nazca alado y sonante. No se dé por hecho el verso en espera de acabarle luego, cuando aún no esté acabado; que luego se le rematará en apariencia, mas no verdaderamente ni con ese encanto de cosa virgen que tiene el verso que no ha sido sajado ni trastrojado. Cuando el verso quede por hecho ha de estar armado de todas armas, con coraza dura y sonante, y de penacho blanco rematado el buen casco de acero reluciente. Quien va en busca de montes, no se detiene a recoger las piedras del camino. Han de podarse de la lengua poética, como del árbol, todos los retoños entecos, o amarillentos, o mal nacidos, y no dejar más que los sanos y robustos, con lo que, con menos hojas, se alza con más gallardía la rama, y pasea en ella con más libertad la brisa y nace mejor el fruto. Pulir es bueno, mas dentro de la mente y antes de sacar el verso al labio. El verso hierve en la mente como en la cuba el mosto. Saluda el sol y acata al monte. ¿Quién no sabe que la lengua es jinete del pensamiento, y no su caballo? La imperfección de la lengua humana para expresar cabalmente los juicios, afectos y designios del hombre, es una prueba perfecta y absoluta de la necesidad de una existencia venidera. El eco en el alma dice cosa más honda que el eco del torrente. La vida humana no es toda la vida. La tumba es vía y no término. La mente no podría concebir lo que no fuera capaz de realizar. La muerte es júbilo, reanudamiento, tarea nueva. La vida humana sería una invención repugnante y bárbara si estuviera limitada a la vida en la tierra. Del sufrimiento, como el halo de la luz, brota la fe en la existencia venidera. El dolor conforta, acrisola y esclarece. ¿Qué es el poeta sino alimento vivo de la llama con que alumbra? Más bella es la naturaleza cuando la luz del mundo crece con la de la libertad; y va como empañada y turbia, sin el Sol elocuente de la tierra redimida, ni el júbilo del campo, ni la salud del aire, allí donde los hombres, al despertar cada mañana, ponen la frente al yugo, lo mismo que los bueyes. Tienen los pueblos, como los hombres, horas de heroica virtud, que suelen ser cuando el alma pública, en la niñez de la esperanza, cree hallar en sus héroes, sublimados con el ejemplo unánime, la fuerza y el amor que han de sacarlo de agonía; o cuando la pureza continua de un alma esencial, despierta, a la hora misteriosa del deber, las raíces del alma pública. Suele el hombre en los grandes momentos, cuando lo pone por las alturas la nobleza ajena o propia, perder, con la visión de lo porvenir, la memoria minuciosa de lo presente. Sombra es el hombre, y su palabra como espuma, y la idea es la única realidad. Sólo ve la luz de un rostro la mujer de repente enamorada. Las reformas, como el hombre mismo, tienen entrañas de justicia y veleidades de fieras. Lo justo, a veces, por el modo de defenderlo, parece injusto. En lo social y político acontece, como en las querellas de gente de mar y de suburbio, que el puñal de ancha hoja con que dirimen sus contiendas de honra, da a éstas semejanza de delito. De todos los problemas que pasan hoy por capitales, sólo lo es uno; y de tan tremendo modo, que todo tiempo y celo fueran pocos para conjurarlo: la ignorancia de las clases que tienen de su lado la justicia. La mente humana, artística y aristocrática de suyo, rechaza a la larga y sin gran demora, a poco que se la cultive, cuanta reforma contiene elementos brutales e injustos. La educación suaviza más que la prosperidad: no esa educación meramente formal, de escasas letras, números dígitos y contornos de tierras, que se da en escuelas demasiado celebradas y en verdad estériles, sino aquella otra más sana y fecunda, no intentada apenas por los hombres, que revela a éstos los secretos de sus pasiones, los elementos de sus males, la relación forzosa de los medios que han de curarlos al tiempo y naturaleza tradicional de los dolores que sufren, la obra negativa y reaccionaria de la ira, la obra segura e incontrastable de la paciencia inteligente. Por educación se ha venido entendiendo la mera instrucción, y por propagación de la cultura la imperfecta y morosa enseñanza de modos de leer y de escribir. Definir es salvar. La verdad, una vez despierta, no vuelve a dormirse. El espíritu, más vasto que el mar, ni se seca ni se evapora, ni cesa de querer, ni ceja en lo que quiere; y puesto a la conquista de un derecho, mina, como la ola salada del mar mina las rocas, esos derechos de convención fortalecidos por los siglos, y acorazados por pechos que el amor al lujo y el desentendimiento criminal de los dolores ajenos petrifica. Todos los árboles de la tierra se concentrarán al cabo en uno, que dará en lo eterno suavísimo aroma: ¡el árbol del amor--de tan robustas y copiosas ramas, que a su sombra se cobijarán sonrientes y en paz todos los hombres! Otro manda, y nosotros andamos. Cuando una fruta se corrompe, hay que dejarla corromper de un todo, para que con sus acres residuos abone la tierra y salga de ella fruta sana y nueva. Los pueblos son masas enormes, que de sí propios se mueven, brillan como relámpagos, despréndense como avalancha, desátanse e incendian como el rayo, y cuando dejan caer el alma a sus pies, mientras que arteros envenenadores les llevan a los labios copas henchidas de mieles letárgicas, y joyeros complacientes les llenan el cuerpo femenil de joyas, y descuidadas mozas los coronan de flores, y laxan con besos, ¡pesan, ay! los pueblos, como rocas, o como cadáveres. Como cuerpos que ruedan por un plano inclinado, así las ideas justas, por sobre todo obstáculo y valla, llegan a logro. Una idea justa que aparece, vence. La herencia estimula a la holganza, al egoísmo y al vicio. La dote lleva como de la mano la desventura de la mujer y el rebajamiento del hombre. ¿Quién no ha sentido, una vez al menos en la vida, el beso del Apóstol en la frente, y en la mano la espada de batalla? Quien quiere triunfar en la tierra, ¡ay! no ha de vivir cerca del cielo. La victoria está hecha de cesiones. La reacción se extrema siempre en el mismo grado en que se extrema la acción que la provoca: a acción justa, reacción nula; a acción medianamente justa, reacción lenta y blanda; a acción extremadamente injusta, reacción febril y exagerada. La revolución quiere alas; los gobiernos pies. Como cada pensamiento trae su molde, cada condición humana trae su expresión propia. Sobre la tierra no hay más que un poder definitivo; la inteligencia humana. El derecho mismo, ejercitado por gentes incultas, se parece al crimen. Los hombres fuertes que se sienten torpes, se abrazan a las rodillas de los hombres inteligentes, como Hércules montuoso a las rodillas mórbidas de Omphala. La inteligencia da bondad, justicia y hermosura: como un ala, levanta el espíritu; como una corona, hace monarca al que la ostenta; como un crisol, deja al tigre en la taza y da curso feliz a las águilas y a las palomas. Del puñal hace espada; de la exasperación, derecho; del gobierno, éxito; de lo lejano, cercanía. Al resplandor del derecho, el abuso ceja, como ruin galancete ante el enojo de una dama pura. Si el derecho se echa encima manto de ira, los mismos que el derecho reconocen se alzarán contra él tristemente, como padre que ata a su hijo loco. Quien intenta triunfar, no inspire miedo: que nada triunfa contra el instinto de conservación amenazado. Quien intenta gobernar, hágase digno del gobierno, porque si, ya en él, se le van las riendas de la mano, o de no saber qué hacer con ellas, enloquece, y las sacude como látigos sobre las espaldas de los gobernados, de fijo que se las arrebatan, y muy justamente, y se queda sin ellas por siglos enteros. La victoria no está sólo en la justicia, sino en el momento y modo de pedirla; no en la suma de armas en la mano, sino en el número de estrellas en la frente. En toda palabra ha de ir envuelto un acto. La palabra es una coqueta abominable, cuando no se pone al servicio del honor y del amor. Prever es el deber de los verdaderos estadistas. Dejar de prever es un delito público. Lo que importa no es que nosotros triunfemos, sino que nuestra patria sea feliz. ¿Para qué se es hombre honrado, para qué se es hijo de un pueblo, sino para tener gozo en padecer por él, y en sacrificarle hasta las mismas pasiones grandiosas que nos inspira? Los libros suelen estorbar para la gloria verdadera. ¡La tiranía no corrompe, sino prepara! ¡Qué cólera la de un pueblo forzado a acorralar su alma! El que vive de la infamia, o la codea en paz, es un infame. Ver en calma un crimen, es cometerlo. No hay más que una gloria cierta, y es la del alma que está contenta de sí. El vil no es el esclavo, ni el que lo ha sido, sino el que vió este crimen, y no jura, ante el tribunal certero que preside en las sombras, hasta sacar del mundo la esclavitud y sus huellas. Si entre los cubanos vivos no hay tropa bastante para el honor, ¡qué hacen en la playa los caracoles, que no llaman a guerrear a los indios muertos! Dos clases de hombres hay: los que andan de pie, cara al cielo, pidiendo que el consuelo de la modestia descienda sobre los que viven sacándose la carne, por pan más o pan menos, a dentelladas, y levantándose, por ir de sortija de brillante, sobre la sepultura de su honra: y otra clase de hombres, que van de hinojos, besando a los grandes de la tierra el manto. Cuando la grandeza no se puede emplear en los oficios de caridad y creación que la nutren, devora a quien la posee. ¡Pesan mucho sobre el corazón del genio honrado las rodillas de todos los hombres que la doblan! Sin sonrisa de mujer no hay gloria completa de hombre. Cuando se escribe con la espada en la historia, no hay tiempo ni voluntad para escribir con la pluma en el papel. El hombre es superior a la palabra. Las etapas de los pueblos no se cuentan por sus épocas de sometimiento infructuoso, sino por sus instantes de rebelión. Los hombres que ceden no son los que hacen a los pueblos, sino los que se rebelan. El déspota cede a quien se le encara, con su única manera de ceder, que es desaparecer: no cede jamás a quien se le humilla. Los pueblos, como las bestias, no son bellos cuando, bien trajeados y rollizos, sirven de cabalgadura al amo burlón, sino cuando de un vuelco altivo desensillan al amo. Un pueblo se amengua cuando no tiene confianza en sí: crece cuando un suceso honrado viene a demostrarle que aún tiene entero y limpio el corazón. El egoísmo es la mancha del mundo, y el desinterés su sol. En este mundo no hay más que una raza inferior: la de los que consultan antes que todo su propio interés, bien sea el de su vanidad, o el de su soberbia, o el de su peculio:--ni hay más que una raza superior: la de los que consultan, antes que todo, el interés humano. Sagrado es el que, en la robustez de la vida, con el amor a la cabecera de la mesa cómoda, echó la mesa atrás, y los consejos del amor cobarde, y sirvió a su pueblo, sin miedo a padecer ni a morir. No es poeta el que echa una hormiga a andar, con una bomba de jabón al lomo... sino el que de su corazón, listado de sangre como jacinto, da luces y aromas. Por la tierra hay que pasar volando, porque de cada grano de polvo se levanta el enemigo, a echar abajo, a garfio y a saeta, cuanto nace con ala. El dolor delicado y continuo, por donde el hombre se conoce y ennoblece, acendra y eleva el espíritu que se abraza a él como a la verdadera salvación, y la cruz que ensangrentó los hombros viene a ser el áncora con que el alma despercudida se clava al puerto eterno. Es más propio del hombre, aunque no lo parezca, el derramar consuelos que el recibirlos. Todo está dicho ya; pero las cosas, cada vez que son sinceras, son nuevas. Confirmar es creer. Lo que hace crecer el mundo no es el descubrir cómo está hecho, sino el esfuerzo de cada uno para descubrirlo. El que saca de sí lo que otro sacó de sí antes que él, es tan original como el otro. Dígase la verdad que se siente, con el mayor arte con que se pueda decirla. La emoción en poesía es lo primero, como señal de la pasión que la mueve, y no ha de ser caldeada o de recuerdo, sino sacudimiento del instante, y brisa o terremoto de las entrañas. Lo que se deja para después es perdido en poesía, puesto que en lo poético no es el entendimiento lo principal, ni la memoria, sino cierto estado de espíritu confuso y tempestuoso, en que la mente funciona de mero auxiliar, poniendo y quitando, hasta que queda en música, lo que viene de fuera de ella. En poesía, como en pintura, se ha de trabajar con el modelo. Sin emoción se puede ser escultor en verso, o pintor en verso; pero no poeta. No está el arte en meterse por los escondrijos del idioma, y desparramar por entre los versos palabras arcaicas o violentas; ni en deslucirle la beldad natural a la idea poética poniéndole de tocado, como a la novia rusa, una mitra de piedras ostentosas; sino en escoger las palabras de manera que con su ligereza o señorío aviven el verso o le den paso imperial, y silben o zumben, o se arremolinen y se arrastren, y se muevan con la idea, tundiendo y combatiendo, o se aflojen y arrullen, o acaben, como la luz del sol, en el aire incendiado. Cada emoción tiene sus pies, y cada hora del día; y un estado de amor quiere dáctilos, y anapestos la ceremonia de las bodas, y los celos quieren ambos. Un juncal se pintará con versos leves, y como espigados, y el tronco de un roble con palabras rugosas, retorcidas y profundas. En el lenguaje de la emoción, como en la oda griega, ha de oirse la ola en que estalla, y la que le responde, y luego el eco. En el aparato no está el arte, ni en la hinchazón, sino en la conformidad del lenguaje y la ocasión descrita, y en que el verso salga entero del horno, como lo dió la emoción real, y no agujereado y sin los perfiles, para atiborrarlo después, en la tortura del gabinete, con adjetivos huecos, o remendarle las esquinas con estuco. Este arte de los tonos en poesía no es nada menos que el de decir lo que se quiere, de modo que alcance y perdure, o no decirlo. Los años que se pasan lejos del suelo nativo son años muy largos. El verdadero hombre no mira de qué lado se mira mejor, sino de qué lado está el deber. El que haya puesto los ojos en las entrañas universales, y visto hervir los pueblos, llameantes y ensangrentados, en la artesa de los siglos, sabe que el porvenir, sin una sola excepción, está del lado del deber. Las palabras deshonran cuando no llevan detrás un corazón limpio y entero. Las palabras están de más, cuando no fundan, cuando no esclarecen, cuando no atraen, cuando no añaden. Un pueblo que entra en revolución no sabe de ella hasta que se extingue o la corona. Pensar es abrir surcos, levantar cimientos y dar el santo y seña de los corazones. El triunfo es de los que se sacrifican. El hombre se deshonra cuando deshonra a los demás. El hombre de actos sólo respeta al hombre de actos. El que se ha encarado mil veces con la muerte, y llegó a conocerle la hermosura, no acata, no puede acatar, la autoridad de los que temen a la muerte. El político de razón es vencido, en los tiempos de acción, por el político de acción: vencido y despreciado, o usado como mero instrumento y cómplice, a menos que, a la hora de montar, no se eche la razón al puente, y monte. No se sabe cuáles sean las ambiciones más funestas para un país que no ha comenzado aún a nacer, si los militares o los civiles. Con los pueblos sucede como con lo demás de la naturaleza, donde todo lo necesario se crea a la hora oportuna, de lo mismo que se le opone y contradice. ¡Levanten el ánimo los que lo tengan cobarde!: con treinta hombres se puede hacer un pueblo. III Del vol. "En los Estados Unidos". (Primera Parte.) III La justicia de una causa es deslucida muchas veces por la ignorancia y el exceso en la manera de pedirla. Al que se cría para toro no puede exigirse que salga ángel: y el obrero, no educado en finezas mentales, ni dispuesto, por lo que sufre y ve, a dulzuras evangélicas, cuando tiene que decir o hacer lo dice o hace a manera de obrero; si es conductor de carros, con guantes de cuero; si es zapatero, con lezna; si es herrero, con martillo. Sólo son bellos, en hombre y en mujer, los vestidos que siguen la línea humana. En política se puede una vez que otra ser sincero y honrado. Las gentes de dinero, iglesia y milicia se preocupan más en acumular medios de ataque contra los humildes que van subiendo, que en descabezar sus iras poniendo honrado remedio a sus legítimas angustias. Nada excita tanto a la violencia como el desafío y la preparación prematura contra la justicia. Es digno del cielo el que intenta escalarle. Sólo los que han bregado cuerpo a cuerpo con la verdad, para reducirla a la frase o al verso, saben cuánto honor hay en ser vencido por ella. Cada hombre trae en sí el deber de añadir, de domar, de revelar. Los artistas jóvenes hallan en el mundo una pintura de seda, y con su soberbia grandiosa de estudiantes quieren un artesano de tierra y de sol. Es, por esencia, trascendental el espíritu humano. Toda rebelión de forma arrastra una rebelión de esencia. El egoísmo levanta a los pueblos y los pierde. Hombres haga quien quiera hacer pueblos. Todas las grandes ideas de reforma se condensan en apóstoles y se petrifican en crímenes, según en su llameante curso prendan en almas de amor o en almas destructivas. Unos están empeñados en edificar y levantar: otros nacen para abatir y destruir. ¡Tiene tanto el periodista de soldado! El arte de escribir ¿no es reducir? El mejor modo de mantener al vencido en el estado de espíritu necesario para vencer, es mantenerse en pie, ante él, como vencedor. La guerra se hizo, cualquiera que fuese su pretexto, para acabar con la esclavitud. El odio político no duerme y se complace en afear toda hermosura. La libertad debiera ya tener su arquitectura. Toda cortesía es útil, y no hacen mal esos dulces engaños. El hombre se siente consagrado en los ancianos. En un mero soldado la rapiña puede ser natural; pero todo atentado contra el derecho, en tierra propia o ajena, es crimen en un hombre de pensamiento. Sólo las madres, siempre benévolas, saben la tarea que el niño puede soportar sin fatiga. El carácter impera. La elocuencia brilla. El que sabe dominar las pasiones ajenas o tiene grandes las propias, es guía natural de los hombres, aunque efímero, a menos que la virtud no lo posea; pero el que al fin triunfa, no es el que enciende y desata las pasiones, sino el que sabe reprimirlas. Nada hace padecer tanto a un hombre virtuoso, ni le pone más cerca el juicio de la ira, que ver interpretadas por la malignidad o el interés sus intenciones. Sólo merece gobernar a los pueblos quien tiene menos flaquezas que ellos. Las piedras del odio, a poco de estar al sol, hieden y se desmoronan, como masas de fango. Los presidentes son para unir, no para dividir. El hombre lleva en sí lo que lo pierde, que es el interés, y lo que lo redime, que es el sentimiento. Trabaja inútilmente, porque será vencida, esa generación pueril de filoclastas que anda, por esclavitud de la moda, con traje de cinismo. La inteligencia tiene sus petimetres, que son los que toman a pecho cualquier novedad que sale de las sastrerías, y sus verdaderos elegantes, que son los que llevan sus vestidos de modo que siempre están bien, porque no acatan ninguna exageración y siguen la gracia natural del cuerpo. Mal va un hombre cuando no le da un vuelco el corazón al leer o presenciar un acto heroico. Se nota en el lenguaje de los negros cultos un dejo de desolación que mueve a echarles los brazos. La riqueza es al fin una patria, cuando no se la tiene propia. El hombre debe dormir alguna vez al aire, desafiar la lluvia, manejar las armas que defenderán mañana la tierra patria o el derecho, de velar al pie de algo más que un mostrador o una ventana. El dolor es la sal de la gloria. Todo se afina, se purifica y crece. ¿Para qué, sino para poner paz en los hombres, han de ser los adelantos de la ciencia? Por un lado es ala el hombre, que mira al cielo; y por el otro es hocico, clavado en la tierra: hay que empujar perennemente el ala. Cada época se pone en una fiesta que la representa y refleja sus ideales. Jamás llegaron a fiesta pública, fuera de aquéllos que la pasión exagera y deshace, sino aquellos sentimientos potentes que de vez en cuando, como energías volcánicas, levantan los pueblos, y quedan para siempre visibles en ellos, como los montes en la tierra. Es moda nueva, de esmalte, moda de puro barniz, suponer que los accidentes de educación y clima puedan alterar la esencia de los hombres, iguales en todas partes, salvo lo que les pone, o lo que no les ha puesto, la vida acumulada de las generaciones. Para conocer a un pueblo se le ha de estudiar en todos sus aspectos y expresiones: en sus elementos, en sus tendencias, en sus apóstoles, en sus poetas y en sus bandidos. Los pueblos son como los obreros a la vuelta del trabajo: por fuera cal y lodo, pero en el corazón las virtudes respetables. Por sobre las razas, que no influyen más que en el carácter, está el espíritu esencial humano, que los confunde y unifica. El pudor del hombre está en la mente, y se ha de llegar con él incólume a los ochenta años. Reproducir no es crear, y crear es el deber del hombre. La palabra sincera huye, como niña decorosa, de los comedores venales. El aire ha de estar lleno de almas desinteresadas y amigas. Como la derrota consume, el éxito robustece. En la arquitectura, como en todas las artes, el modo más seguro de matar el efecto es rebuscarlo. IV Del vol. "En los Estados Unidos". (Segunda Parte.) IV No ha de temerse la sinceridad; sólo es tremendo lo oculto. La vida tiene horas de oro en que parece que el sol sale en el alma, y como ejército que asalta, escala y bulle la gloria por las venas. En la justicia no cabe demora; y el que dilata su cumplimiento, la vuelve contra sí. Los pícaros han puesto de moda el burlarse de los que se resisten a ser pícaros. La política virtuosa es la única útil y durable. Aplazar no es resolver. Si existe un mal, con permitir que se acumule no se remedia. El crimen, el crimen de permitirlo, trae siempre sangre. Pan no se puede dar a todos los que lo han menester, pero los pueblos que quieren salvarse han de preparar a sus hijos contra el crimen. El que conoce lo bello, y la moral que viene de él, no puede vivir luego sin moral y belleza. Una ciudad es culpable mientras no es toda ella una escuela: la calle que no lo es, es una mancha en la frente de la ciudad. Debe ser obligatorio el servicio de maestros, como el de soldados. Preparar un pueblo para defenderse, y para vivir con honor, es el mejor modo de defenderlo. De vez en cuando es necesario sacudir el mundo, para que lo podrido caiga a tierra. Las religiones todas son iguales: puestas una sobre otra, no se llevan un codo ni una punta. Las religiones todas han nacido de las mismas raíces, han adorado las mismas imágenes, han prosperado por las mismas virtudes y se han corrompido por los mismos vicios. Las religiones, que en su primer estado son una necesidad de los pueblos débiles, perduran luego como anticipo, en que el hombre se goza, del bienestar final poético que confusa y tenazmente desea. Las religiones, en lo que tienen de durable y puro, son formas de la poesía que el hombre presiente fuera de la vida, son la poesía del mundo venidero: ¡por sueños y por alas los mundos se enlazan!: giran los mundos en el espacio unidos, como un coro de doncellas, por estos lazos de alas. Por eso la religión no muere, sino se ensancha y acrisola, se engrandece y explica con la verdad de la naturaleza y tiende a su estado definitivo de colosal poesía. Las religiones todas, fuera de aquellas ya aventadas que en anuncio de la final religión poética han establecido la razón, tienen sus milagros, sus arúspices, sus oráculos, sus ídolos, sus _juggernaut_ que tunden y fulminan, hasta que, negados los fieles a creer que la palabra de Dios sea enemiga del albedrío, condiciones y virilidad que nacen con el hombre, se acercan al _juggernaut_ con maza en mano, le desciñen el manto, le quitan las faldas de formas de flores, le quiebran el vientre esférico, le levantan el capuz funeral, orlado de luminosa pedrería, y en vez de la palabra de Dios, a que en seguida corren a alzar templo, encuentran un tablón viejo y roído, con los pies y las manos de carbón pintado, como los gigantes de las ferias. ¡Oh! ¡la ciencia que se aprende en el libro de todos los días, con la pluma, con las bridas, con el componedor, con el cepillo, con la lezna! Donde luce un espíritu sincero, los hombres se congregan y siguen el camino, como detrás del manso la majada. Color y olor tienen las almas. La verdad se revela mejor a los pobres y a los que padecen. La flor del pensamiento es la poesía. Lo más recio de la fe del hombre en las religiones es su fe en sí propio, y su soberbia resistencia a creer que es capaz de errar; lo más potente de la fe es el cariño a los tiempos tiernos en que se la recibe, y las manos adoradas que nos la dieron. La religión, falsa siempre como dogma a la luz de un alto juicio, es eternamente verdadera como poesía. Se conocen repúblicas falsas que cernidas en un tamiz, sólo producirían el alma de un lacayo; pero donde la libertad verdaderamente impera, sin más obstáculos que los que le pone nuestra naturaleza, no hay trono que se parezca a la mente de un hombre libre, ni autoridad más augusta que la de sus pensamientos. Cuanto no sea compatible con la dignidad humana, caerá. A las poesías del alma nadie podrá cortar las alas, y siempre habrá ese magnífico desasosiego y esa mirada ansiosa hacia las nubes. Con las libertades, como con los privilegios, sucede que juntas triunfan o peligran, y que no puede pretenderse o lastimarse una sin que sientan todas el daño o el beneficio. Cuanto abata o reduzca al hombre, será abatido. Hay hombres ardientes en quienes, con todos los tormentos del horno, se purifica la especie humana. Hay hombres dispuestos para guiar sin interés, para padecer por los demás, para consumirse iluminando. Sólo sirve dignamente a la libertad el que, a riesgo de ser tomado por su enemigo, la preserva sin temblar de los que la comprometen con sus errores. Las grandes opresiones engendran los grandes rebeldes. Siempre lo impuesto es vano y lo libre es vivífico. No es el hombre más que una de esas burbujas resplandecientes que danzan a tumbos ciegos en un rayo de sol. Tiene el negro una gran bondad nativa, que ni el martirio de la esclavitud pervierte, ni se oscurece con su varonil bravura. Pero tiene, más que otra raza alguna, tan íntima comunión con la naturaleza, que parece más apto que los demás hombres a estremecerse y regocijarse con sus cambios. Hay en su espanto y alegría algo de sobrenatural y maravilloso que no existe en las demás razas primitivas, y recuerda en sus movimientos y miradas la majestad del león: hay en su afecto una lealtad tan dulce, que no hace pensar en los perros, sino en las palomas: y hay en sus pasiones tal claridad, tenacidad, intensidad, que se parecen a los de los rayos del sol. Jesús es lo que más aman de todo lo que saben de la cristiandad estos desconsolados, porque lo ven fusteado y manso como se vieron ellos. La mente, puesta a obrar, no cesa; el dolor, puesto a bullir, estalla; la palabra, puesta a agitar, se desordena; la vanidad, puesta a lucir, arrastra; la esperanza, puesta en acción, acaba en el triunfo o la catástrofe; "para el revolucionario, dijo St. Just, ¡no hay más descanso que la tumba!" ¡Quién que anda con ideas no sabe que la armonía de todas ellas, en que el amor preside a la pasión, se revela apenas a las mentes sumas que ven hervir el mundo sentados, con la mano sobre el sol, en la cumbre del tiempo! Una vez reconocido el mal, el ánimo generoso sale a buscarle remedio: una vez agotado el recurso pacífico, el ánimo generoso, donde labra el dolor ajeno como el gusano en la llaga viva, acude al remedio violento. El jabalí perseguido no oye la música del aire alegre, ni el canto del universo, ni el andar grandioso de la fábrica cósmica: el jabalí clava las ancas contra un tronco oscuro, hunde el colmillo en el vientre de su perseguidor, y le vuelca el redaño. Así como la vida del hombre se concentra en la médula espinal y la de la tierra en las masas volcánicas, surgen de entre esas muchedumbres, erguidos y vomitando fuego, seres en quienes parece haberse amasado todo su horror, sus desesperaciones y sus lágrimas. Las almas dan sonidos, como los más acordes instrumentos. Terrible es, libertad, hablar de ti para el que no te tiene. Una fiera vencida por el domador no dobla la rodilla con más ira. Se conoce la hondura del infierno, y se mira desde ella, en su arrogancia de sol, al hombre vivo. Se muerde el aire, como muerde una hiena el hierro de su jaula. Se retuerce el espíritu en el cuerpo como un envenenado. Del fango de las callea quisiera hacerse el miserable que vive sin libertad, la vestidura que le asienta. Los que te tienen, oh libertad, no te conocen. Los que no te tienen no deben hablar de ti, sino conquistarte. Los hombres que quedan son los que encarnan en sí una idea que combate, o una aspiración destinada al triunfo,--los que pasan por el mundo voceando y luciendo con velocidad extraordinaria--como los astros. Mientras viven, se les señala con el dedo; en cuanto mueren se ve que donde ellos caen se levanta una estatua. No importa que hayan defendido sus doctrinas con exceso: así han de defenderse las ideas justas, para que al retraerse, como todo se retrae, en la marea del universo, no quede la idea demasiado atrás. Un grano de poesía sazona un siglo. La alegría viene de la gente llana. No se vive sin sacar luz en la familiaridad con lo enorme. El hábito de domar da al rostro de los escultores un aire de triunfo y rebeldía. Engrandece la simple capacidad de admirar lo grande, cuanto más el moldearlo, el acariciarlo, el ponerle alas, el sacar del espíritu en idea lo que a brazos, a miradas profundas, a golpes de cariño ha de ir encorvando y encendiendo el mármol y el bronce. Jamás sin dolor profundo produjo el hombre obras verdaderamente bellas. Disfraz abominable y losa fúnebre son las sonrisas y los pensamientos cuando se vive sin patria, o se ve en garras enemigas un pedazo de ella: un vapor de embriaguez perturba el juicio, sujeta la palabra, apaga el verso, y todo lo que produce entonces la mente nacional es deforme y vacío, a no ser lo que expresa el anhelo de las almas. ¿Quién siente mejor la ausencia de un bien que el que lo ha poseído y lo pierde? Los que no creen en la inmortalidad creen en la historia. Es necesario elevarse como los montes para ser vistos de lejos. La falta de proporción parece indispensable a la grandeza. Como la montaña, la vida del hombre que perdura ha de ser selvática, enmarañada: acá una cripta, allá un roble, por allá una enredadera; incorrecta, abrupta, rugosa. La pasión es una nobleza. Los apasionados son los primogénitos del mundo. Los fuertes doman la pasión; pero en cuanto logran extinguirla, cesan de ser fuertes. Hasta para ser justo se necesita ser un poco injusto. La fama es premio justo de quien tiene el valor de sacrificar el grato sigilo de su persona a la idea que defiende. Donde el virtuoso se recata, el ambicioso vence. La justicia manda reconocer que el mundo adelanta por la obra unida, hostil en la apariencia e idéntica en el fondo, de la ambición y la virtud. Triunfa de lado la virtud en la política, pero nunca de un modo directo y absoluto. El alma, es verdad, va por la vida como en la cacería la cierva acorralada, sin tiempo para despuntar los retoños jugosos, o aspirar el aire vivífico, o aquietar la sed en aquel arroyuelo del bosque que corre entre las dos riberas verdes, luz derretida, joya líquida, discurso de la naturaleza que fortifica y alecciona por donde pasa. En cuanto el alma asoma, un escopetazo la echa abajo: para vivir, hay que esconderla donde no nos la sospechen, y en las horas de soledad, en las horas de lujo, sacarla a la luz tenue, como el relicario que guarda la efigie de la mujer querida, y llorar sobre ella, acariciarle la cabellera pegada a las sienes, aquietarle la mirada ansiosa, y decirle con la voz de los desesperados: "¿cuándo acabaremos, alma?" Todo vivo, que debiera ser un aroma, es un cómplice; y la existencia es más feliz mientras son más numerosas y francas las complicidades. Todo es símbolo y síntesis, y hay que ir a buscar la raíz de todo. Morir, ¿no es volver a lo que se era en principio? V Del vol. "La Edad de Oro". V El niño ha de trabajar, de andar, de estudiar, de ser fuerte, de ser hermoso: el niño puede hacerse hermoso, aunque sea feo; un niño bueno, inteligente y aseado, es siempre hermoso. Nunca es un niño más bello que cuando trae en sus manecitas de hombre fuerte una flor para su amiga, o cuando lleva del brazo a su hermana, para que nadie se la ofenda: el niño crece entonces, y parece un gigante: el niño nace para caballero, y la niña nace para madre. Los niños son los que saben querer; los niños son la esperanza del mundo. Los niños saben más de lo que parece, y si les dijeran que escribiesen lo que saben, muy buenas cosas que escribirían. Para escribir bien de una cosa hay que saber de ellas mucho. Las niñas deben saber lo mismo que los niños, para poder hablar con ellos como amigos cuando vayan creciendo. Es una pena que el hombre tenga que salir de su casa a buscar con quien hablar, porque las mujeres de la casa no sepan contarle más que de diversiones y de modas. Hasta hermosos de cuerpo se vuelven los hombres que pelean por ver libre a su patria. Libertad es el derecho que todo hombre tiene a ser honrado, y a pensar y a hablar sin hipocresía. Un hombre que oculta lo que piensa, o no se atreve a decir lo que piensa, no es un hombre honrado. Un hombre que obedece a un mal gobierno, sin trabajar para que el gobierno sea bueno, no es un hombre honrado. Un hombre que se conforma con obedecer a leyes injustas, y permite que pisen el país donde nació los hombres que se lo maltratan, no es un hombre honrado. El niño, desde que puede pensar, debe pensar en todo lo que ve, debe padecer por todos los que no pueden vivir con honradez, debe trabajar porque puedan ser honrados todos los hombres, y debe ser un hombre honrado. El niño que no piensa en lo que sucede a su alrededor, y se contenta con vivir, sin saber si vive honradamente, es como un hombre que vive del trabajo de un bribón, y está en camino de ser bribón. Hay hombres que son peores que las bestias, porque las bestias necesitan ser libres para ser dichosas: el elefante no quiere tener hijos cuando vive preso: la llama del Perú se echa en la tierra y se muere, cuando el indio le habla con rudeza, o le pone más carga de la que puede soportar. El hombre debe ser, por lo menos, tan decoroso como el elefante y como la llama. Hay hombres que viven contentos aunque vivan sin decoro. Hay otros que padecen como en agonía cuando ven que los hombres viven sin decoro a su alrededor. En el mundo ha de haber cierta cantidad de decoro, como ha de haber cierta cantidad de luz. Cuando hay muchos hombres sin decoro, hay siempre otros que tienen en sí el decoro de muchos hombres. Esos son los que se rebelan con fuerza terrible contra los que les roban a los pueblos su libertad, que es robarle a los hombres su decoro. Los hombres no pueden ser más perfectos que el sol. El sol quema con la misma luz con que calienta. El sol tiene manchas. Los desagradecidos no hablan más que de las manchas. Los agradecidos hablan de la luz. Un hombre solo no vale nunca más que un pueblo entero; pero hay hombres que no se cansan cuando su pueblo se cansa, y que se deciden a la guerra antes que los pueblos, porque no tienen que consultar a nadie más que a sí mismos, y los pueblos tienen muchos hombres, y no pueden consultarse tan pronto. Esos son héroes; los que pelean para hacer a los pueblos libres, o los que padecen en pobreza y desgracia por defender una gran verdad. Los que pelean por la ambición, por hacer esclavos a otros pueblos, por tener más mando, por quitarle a otro pueblo sus tierras, no son héroes, sino criminales. Un escultor es admirable porque saca una figura de la piedra bruta: pero esos hombres que hacen pueblos son como más que hombres. La palabra de un hombre es ley. La fortuna es ciega y favorece a los necios. La fuerza no sirve para todo. De los casamientos no se puede decir al principio, sino luego, cuando empiezan las penas de la vida, y se ve si los casados se ayudan y quieren bien, o si son egoístas y cobardes. Tener talento es tener buen corazón. Todos los pícaros son tontos. Los buenos son los que ganan a la larga. Los hombres son soberbios y no quieren confesar que otro hombre sea más fuerte o más inteligente que ellos. Son los hombres los que inventan los dioses a su semejanza, y cada pueblo imagina un cielo diferente, con divinidades que viven y piensan lo mismo que el pueblo que las ha creado y las adora en los templos. El hombre se ve pequeño ante la naturaleza que lo crea y lo mata, y siente la necesidad de creer en algo poderoso, y de rogarle, para que lo trate bien en el mundo, y para que no le quite la vida. Los países no se pueden gobernar por el capricho de un tirano, sino por el acuerdo y respeto de los hombres principales que el pueblo escoge para explicar el modo con que quiere que lo gobiernen. Los pueblos, lo mismo que los niños, necesitan de tiempo en tiempo algo así como correr mucho, reirse mucho y dar gritos y saltos. En la vida no se puede hacer todo lo que se quiere, y lo que se va quedando sin hacer sale así de tiempo en tiempo, como una locura. Los versos no se han de hacer para decir que se está contento o se está triste, sino para ser útil al mundo. Con la imaginación se ven cosas que no se pueden ver con los ojos. La superstición y la ignorancia hacen bárbaros a los hombres en todos los pueblos. El mundo tiene más jóvenes que viejos. Cuando no se ha cuidado del corazón y la mente en los años jóvenes, bien se puede temer que la ancianidad sea desolada y triste. Cada ser humano lleva un ser ideal, lo mismo que cada trozo de mármol contiene en bruto una estatua, tan bella como la que el griego Praxiteles hizo del dios Apolo. La educación empieza con la vida, y no acaba sino con la muerte. La mente cambia sin cesar, y se enriquece y perfecciona con los años. Las cualidades esenciales del carácter, lo original y enérgico de cada hombre, se dejan ver desde la infancia en un acto, en una idea, en una mirada. Todo hombre tiene el deber de cultivar su inteligencia, por respeto a sí propio y al mundo. Lo general es que el hombre no logre en la vida un bienestar permanente sino después de muchos años de esperar con paciencia y de ser bueno, sin cansarse nunca. El ser bueno da gusto y lo hace a uno fuerte y feliz. La fuerza del genio no se acaba con la juventud. Nadie debe morirse mientras pueda servir para algo. La vida es como todas las cosas, que no debe deshacerlas sino el que puede volverlas a hacer. Así es la vida, no cabe en ella todo el bien que pudiera uno hacer. Los niños debían juntarse una vez por lo menos a la semana, para ver a quién podían hacerle algún bien, todos juntos. Mejor es morir abrasado por el sol que ir por el mundo, como una piedra viva, con los brazos cruzados. Los hombres suelen admirar al virtuoso mientras no los avergüenza con su virtud o les estorba las ganancias. El hombre virtuoso debe ser fuerte de ánimo, y no tenerle miedo a la soledad, ni esperar a que los demás le ayuden, porque estará siempre solo. Las cosas buenas se deben hacer sin llamar al universo para que lo vea a uno pasar. Se es bueno porque sí; y porque allá dentro se siente como un gusto cuando se ha hecho un bien, o se ha dicho algo útil a los demás. Los hombres deben aprenderlo todo por sí mismos, y no creer sin preguntar, ni hablar sin entender, ni pensar como esclavos lo que les mandan pensar otros. Los hombres cada uno cree que sólo lo que él piensa y ve es la verdad. Todos los hombres tienen la misma pena, y la historia igual, y el mismo amor. El mundo es un templo hermoso, donde caben en paz los hombres todos de la tierra, porque todos han querido conocer la verdad, y han escrito en sus libros que es útil ser bueno, y han padecido y peleado por ser libres, libres en su tierra, libres en el pensamiento. Es un presumido el que se crea más sabio que la naturaleza. Los pueblos que se cansan de defenderse llegan a halar, como las bestias, del carro de sus amos. A los pueblos pequeños les cuesta mucho trabajo vivir. Con lanzas no se puede pelear contra balas. La vida no es propiedad del hombre, sino préstamo que le hizo la naturaleza. Morir no es más que volver a la naturaleza de donde se vino y en la que todo es como hermano del hombre. No hay gusto mayor, no hay delicia más grande que la vida de un hombre que cumple con su deber, que está lleno alrededor de espinas. La vida es toda de dolor; y el dolor viene de desear, y para vivir sin dolor es necesario vivir sin deseo. El hombre no ha de descansar hasta que no entienda todo lo que ve. Los hombres somos como el león del mundo, y como el caballo de pelear, que no está contento ni se pone hermoso sino cuando huele batalla, y oye ruido de sables y cañones. La mujer es como una flor, y hay que tratarla así, con mucho cuidado y cariño, porque si la tratan mal, se muere pronto, lo mismo que las flores. Con el elefante sucede como con las gentes del mundo, que porque tienen hermosura de cara y de cuerpo las cree uno de alma hermosa, sin ver que eso es como los jarrones finos, que no tienen nada dentro, y una vez pueden tener olores preciosos, y otras peste, y otras polvo. A los niños no se les ha de decir más que la verdad, y nadie debe decirles lo que no sepa. Hay gente loca, y es la que dice que no es verdad sino lo que se ve con los ojos. Se ha de conocer las fuerzas del mundo para ponerlas a trabajar, y hacer que la electricidad, que mata en un rayo, alumbre en la luz. La vida de tocador no es de hombres. VI Del vol. "Hombres". VI ¿Qué es ver la luz y celebrarla de lejos, si se la huye de cerca? ¿Qué es pensar sin obrar, decir sin hacer, desear sin querer? ¿Qué es ver caer la torre deshecha sobre el pueblo amado, y tener al pueblo por la espalda, como la celestina a la novicia dolorosa, para que le caiga mejor la torre encima? ¿Qué es aborrecer al tirano, y vivir a su sombra y a su mesa? ¿Qué es predicar en voz alta o baja, la revolución, y no componer el país desgobernado para la revolución que se predica? ¿Qué es la gloria verdadera y útil, sino abnegarse, y con la obra silente y continua tener la hoguera henchida de leños, para la hora de la combustión, y el cauce abierto para cuando la llama se desborde, y el cielo vasto y alto, para que quepa bien la claridad? Lo más del hombre, y lo mejor, suele ser lo que en él sólo ven a derechas quienes como él padezcan y anhelen. Los pueblos, injustos en la cólera o el apetito, y crédulos en sus horas de deseo, son infalibles a la larga. De luz se han de hacer los hombres, y deben dar luz. De la Naturaleza se tiene el talento, vil o glorioso, según se le use en el servicio frenético de sí, o para el bien humano; y de sí elabora el hombre, aquilatándose o reduciéndose, el mérito supremo del carácter. Unos están en el mundo para minar; y para edificar están otros. La pelea es continua entre el genio albañil y el genio roedor. Unos trabajan con la uña y el diente, otros con la cuchara y el nivel. Cuando, con el corazón clavado de espinas, un hombre ama en el mundo a los mismos que lo niegan, ese hombre es épico. Con independencia, en hombres como en pueblos, la mayor humildad es corona; y sin ella el genio mismo va de saltimbanqui, y la virtud, de verse incapaz, se vuelve ponzoña. Honrar a la patria es una manera de pelear por ella. El lacayo muda de amo y se alquila al señor de más lujo y poder. El hombre de pecho libre niega su corazón a la libertad egoísta y conquistadora y adivina que el triunfo del mundo, más que en los edificios babilónicos caedizos, reside en la abundancia de generosidad, en aquella pasión plena del derecho que lleva a respetar el ajeno tanto como el propio. Los compromisos de los gobiernos, ligados a veces por la prudencia con respetos que lastiman su corazón, son acaso menos eficaces que la simpatía irresponsable y ambiente del pueblo decidido a favorecer en sus alrededores el triunfo de la libertad. Lo que la cancillería, ahita de tratados de paz y respeto, no puede a veces intentar, lógralo, sin que se le pueda poner la mano encima, la ayuda secreta del alma del país, que alienta el brazo alzado contra los tiranos. Las alianzas que contraen de sí propias las almas de los pueblos y se firman por los más puros de sus hijos ante el altar en que las mujeres y las niñas ofrendan flores a un hombre que sólo fué poderoso por el entendimiento y la bondad, son más duraderas y apetecibles que los contratos que suelen ajustar las necesidades políticas y los intereses. De hombres tiernos y creadores necesita el mundo, que con las mieles de su corazón vayan cerrando las heridas que tiene que abrir en el bosque nuevo el hacha. Los hombres van en dos bandos: los que aman y fundan, los que odian y deshacen. Como con el agua fuerte se ha de ir tentando el oro de los hombres. Que se marque al que no ame, para que la pena lo convierta. Más bello será vivir en el lazo de los mundos, con la libertad fácil en un país rico y trabajador, como pueblo representativo y propio, donde se junta al empuje americano el arte europeo que modera su crudeza y brutalidad, que rendir el alma nativa, a la vez delicada y fuerte, a un espíritu nacional ajeno que contiene sólo uno de los factores del alma de la isla--que vaciaría en la isla pobre y venal los torrentes de su riqueza egoísta y corruptora--, que convertiría un pueblo fino y de glorioso porvenir en lo que Inglaterra ha convertido el Indostán. ¿Adónde, sino en las tumbas y en la miseria, están los hombres útiles? Abrazo sea el mar, y uno los cubanos de la Isla y los de afuera. Así se alzan los pueblos: no apedreándose las casas de acera a acera, ni recortándose los méritos como cortesanos envidiosos, sino reconociendo el mérito a pleno corazón, convidando a la virtud por el estímulo del respeto con que se la premia, juntándose los hombres en una casa sola, para venerar y amar. Juntarse: esta es la palabra del mundo. Como se apartan los ojos de las villanías, para que la piedad del silencio ayude a hacerlas menos feas y aborrecibles, así se ha de volver los ojos a los espectáculos de la virtud, para que se mantenga o reviva la esperanza en el alma de los hombres. Suele la imprevisión humana tener a mal que el hombre bueno propague la justicia y salude el talento y la virtud, sin subir o bajar más el sombrero porque el padre del hombre virtuoso haya nacido en África o Europa; ¡pues si nació en África esclavo y de su esclavitud sacó al hijo que se hombrea con el hijo de los libres, mayor es la dificultad vencida, y más bajo debe ir el sombrero! El peligro de educar a los niños fuera de su patria es casi tan grande como la necesidad, en los pueblos incompletos e infelices, de educarlos donde adquieran los conocimientos necesarios para ensanchar su país naciente, o donde no se les envenene el carácter con la rutina de la enseñanza y la moral turbia en que caen, por la desgana y ocio de la servidumbre, los pueblos que padecen en la esclavitud. Es grande el peligro de educar a los niños afuera, porque sólo es de padres la continua ternura con que ha de irse regando la flor juvenil, y aquella constante mezcla de la autoridad y el cariño, que no son eficaces, por la misma justicia y arrogancia de nuestra naturaleza, sino cuando ambas vienen de la misma persona. No se ha de criar naranjas para plantarlas en Noruega, ni manzanos para que den fruto en el Ecuador, sino que al árbol deportado se le ha de conservar el jugo nativo, para que a la vuelta a su rincón pueda echar raíces. La naturaleza del hombre es por todo el universo idéntica, y tanto yerra el que suponga al hombre del Norte incapaz de las virtudes del del Mediodía, como el de corazón canijo que creyese que al hombre del Sur falta una sola siquiera de las cualidades esenciales de los hombres del Norte. Los hábitos prolongados crían en los hombres, y en los pueblos, tal modificación en la expresión y funciones de la naturaleza, que, sin mudarla en lo esencial, llegan a ser imposibles al hombre de una región con cierto concepto de la vida y ciertas prácticas, la dicha del contento y el éxito del trabajo en otra región de prácticas y concepto de vida diferentes. Un país muy poblado y frío, donde la agria necesidad aguza y encona la competencia entre los hombres, cría en éstos costumbres de egoísmo necesario que no se avienen con la franqueza y el desinterés propios e indispensables en las tierras abundantes, donde la población escasa permita aún el acercamiento y grata obligación de la vida de familia. El fin de la educación no es hacer al hombre nulo, por el desdén o el acomodo imposible al país en que ha de vivir, sino prepararlo para vivir bueno y útil en él. Un pueblo crea su carácter en virtud de la raza de que procede, de la comarca en que habita, de las necesidades y recursos de su existencia y de sus hábitos religiosos y políticos. La diferencia entre los pueblos fomenta la oposición y el desdén. La superioridad del número y del tamaño, en consecuencia de los antecedentes y de las oportunidades, cría en los pueblos prósperos el desprecio de las naciones que batallan en pelea desigual con elementos menores o diversos. La educación del hijo de pueblos menores en un pueblo de carácter opuesto y de riqueza superior, pudiera llevar al educando a una oposición fatal al país nativo donde ha de servirse de su educación--o a la peor y más vergonzosa de las desdichas humanas, al desdén de su pueblo--, si al nutrirlo con las prácticas y conocimientos ignorados o mal desenvueltos en el país de su cuna, no se le enseñaran, con atención continua, en lo que se relacionan con él y mantienen al educando en el amor y respeto del país adonde ha de vivir. ¿A qué adquirir una lengua, si ha de perturbar la mente y quitarle la raíz al corazón? El carácter pujante y respetado, triunfa del desierto y la noche de la vida extranjera. Es hermoso ver luchar a un hombre honrado; verlo padecer, puesto que del espectáculo de su dolor se sacan fuerzas para oponerse a la maldad. A los hombres los reúne el vicio o la virtud. Hay blancos y negros tan juntos por la virtud, que no será posible separarlos sin separarlos antes de sus propias entrañas. Lo dominante es el amor. La patria está hecha del mérito de sus hijos, y es riqueza de ella cuanto bueno haga un hijo suyo, sobre todo si trabaja en lo que ya han brillado otros y lo de él resulta más útil y completo que lo de sus predecesores. Lo que importa en poesía es sentir, parézcase o no a lo que haya sentido otro; y lo que se siente nuevamente, es nuevo. A la vida se le van cayendo los velos poco a poco, y cuando se conoce y rehuye lo de verboso e inútil que hay en ella, vuelve como una ingenuidad al corazón, que en los hombres sensibles y adoloridos se refleja, a la tarde de los años, en la sencillez de la poesía. Guerra es pujar, sorprender, arremeter, revolver un caballo que no duerme sobre el enemigo en fuga, y echar pie a tierra con la última victoria. En el mundo, si se le lleva con dignidad, hay una poesía para mucho; todo es el valor moral con que se encare y dome la injusticia aparente de la vida; mientras haya un bien que hacer, un derecho que defender, un libro sano y fuerte que leer, un rincón de monte, una mujer buena, un verdadero amigo, tendrá vigor el corazón sensible para amar y loar lo bello y ordenado de la vida, odiosa a veces por la brutal maldad con que suelen afearla la venganza y la codicia. Agradecer es un gusto. Los hombres siempre se están cayendo, es verdad, pero ven a uno que anda firme, y de la vergüenza todos le siguen andando. El genio no puede salvarse en la tierra si no asciende a la dicha suprema de la humanidad. La personalidad individual sólo es gloriosa y útil a su poseedor cuando se acomoda a la persona pública. El hombre, como hombre patrio, sólo lo es en la suma de esperanza o de justicia que representa. Cuando la patria aspira, sólo es posible aspirar para ella. Los hombres secundarios, que son aquellos en quienes el apetito del bienestar ahoga los gritos del corazón del mundo y las demandas mismas de la conciencia, pueden vivir alegres, como vasos de fango repintado, en medio de la deshonra y la vergüenza humanas. Los hombres que vienen a la vida con la semilla de lo porvenir y luz para el camino, sólo vivirán dichosos en cuanto obedezcan a la actividad y abnegación que de fuerza fatal e incontrastable traen en sí. Debe el hombre reducirse a lo que su pueblo, o el mayor pueblo de la humanidad, requiera de él, aunque para este servicio sumo, por la crudez de los menesterosos, sacrifique al arte difícil de componer para la dicha social los elementos burdos de su época, el arte, en verdad ínfimo, de sacar a pujo la brillantez de la persona, ya esmerilando la idea exquisita, que viene mareada del universo viejo, ya levantando, a fuerza de convulsiones inmorales, una vulgar fortuna. El odio canijo ladra y no obra. Sólo el amor construye. Se aborrece a los viles, y se ama, con las entrañas todas, a los hombres pudorosos y bravos. Cuando se vive en villanía, no hay más que un pensamiento honrado, que ha de morder el corazón hasta que estalle y triunfe, y de quemarlo como una llaga, y de despertarlo en el reposo inmerecido: y es el de echar la villanía abajo. En la deshonra, en la usurpación insolente del suelo en que se nació y del espacio en que pudieran abrir las alas nuestras facultades; en el comercio, hediondo como el pus, con la ralea que roba a nuestra tierra los frutos de su suelo y el decoro de sus hijos, y los corrompe y empobrece, sólo una especie de hombres puede vivir sin la perenne idea de mudarle el aire al cielo impuro: los hombres deshonrados. Hombres hay para el pesebre, que viven de estrujar y de engullir; hombres de corral, a la verdad, que en el cieno están bien, que es blando y engorda. Por el desinterés son bellos los hombres; y feos, y aun abominables, por el interés excesivo, que de la legítima prudencia sacan excusa para la inactividad y la avaricia. Como con bubas en el rostro y jorobas en la espalda, andan por el mundo los que en las penas de él, y a la hora en que trabajan por remediarlas los corazones poderosos, pasan de prisa y como escondidos por donde el deber labra y padece, para que el deber no les sienta el paso egoísta y no les pida una migaja de su pan. La lisonja inútil del mundo acaba tal vez en la tumba. No hay cuenta que no se pague en la naturaleza armoniosa y lógica; y para no llevar como una cadena al pie el deber desatendido, cúmplase el deber, por la ventaja mundana y moral que hay en cumplirlo, y llévese como título y como ala. El mundo es patético, y el artista mejor no es quien lo cuelga y recama, de modo que sólo se le vea el raso y el oro, y pinta amable el pecado oneroso, y mueve a fe inmoral en el lujo y la dicha, sino quien usa el don de componer, con la palabra o los colores, de modo que se vea la pena del mundo y quede el hombre movido a su remedio. Negarse y recogerse en sí, y huir de la necesidad del mundo, y adularle el poder, es el pálido oficio de las almas inferiores. Ámese al hombre entusiasta y desinteresado. VII Del vol. "Nuestra América". (Primera Parte.) VII Un principio justo, desde el fondo de una cueva, puede más que un ejército. Quien no sabe excusar y admirar, es ínfimo. Cada cual se ha de poner, en la obra del mundo, a lo que tiene de más cerca, no porque lo suyo sea, por ser suyo, superior a lo ajeno y más fino o virtuoso, sino porque el influjo del hombre se ejerce mejor y más naturalmente en aquello que conoce, y de donde le viene inmediata pena o gusto. Patria es humanidad, es aquella porción de la humanidad que vemos más de cerca y en que nos tocó nacer. No hay más viejos que los egoístas. El egoísta es dañino, enfermizo, envidioso, desdichado y cobarde. A esa literatura se ha de ir: a la que ensancha y revela, a la que saca de la corteza ensangrentada el almendro sano y jugoso, a la que robustece y levanta el corazón. El mundo es fuerte y bello por los amigos. El pueblo más grande no es aquel en que una riqueza desigual y desenfrenada produce hombres crudos y sórdidos y mujeres venales y egoístas; pueblo grande, cualquiera que sea su tamaño, es aquel que da hombres generosos y mujeres puras. La prueba de cada civilización humana está en la especie de hombre y de mujer que en ella se produce. Todo trabajador es santo y cada productor es una raíz; y al que traiga trabajo útil y cariño, venga de tierra fría o caliente, se le ha de abrir hueco ancho, como a un árbol nuevo. Honran y sirven a su pueblo los que, aun fuera de justa medida, premian en nombre de él la fe en su porvenir y la fidelidad a sus ideales. De la transfusión de la sangre mueren los enfermos, cuando no es sangre afín. Venérese a los hombres de religión, sean católicos o tarahumaras; todo el mundo, lacio o lanudo, tiene derecho a su plena conciencia; tirano es el católico que se pone sobre un indú, y el metodista que silba a un católico. Hállenos de escudo suyo el criollo a quien se impida negar, y el católico a quien se impida afirmar. El hombre sincero tiene derecho al error. El gobierno es la equidad perfecta y la serenidad. Cuando se va a un oficio útil, como el de poner a los hombres amistosos en el goce de la tierra trabajada--y de su idea libre, que ahorra sangre al mundo--, si sale un leño al camino, y no deja pasar, se echa el leño a un lado, o se le abre en dos y se pasa; y así se entra, por sobre el hombre roto en dos, si el hombre es quien nos sale al camino. El hombre no tiene derecho a oponerse al bien del hombre. Es culpable el que ofende a la libertad en la persona sagrada de nuestros adversarios, y más si los ofende en nombre de la libertad. Todo el que posee en demasía una cualidad extraordinaria, lastima con tenerla a los que no la poseen. Quien se da a los hombres es devorado por ellos...; pero es ley maravillosa de la naturaleza que sólo esté completo el que se da; y no se empieza a poseer la vida hasta que no vaciamos sin reparo y sin tasa, en bien de los demás, la nuestra. Unos perciben la composición del detalle, y son los que analizan y como los soldados de la inteligencia; y otros descubren la ley del grupo, y son los que sintetizan y como los legisladores de la mente. Abrirse, labrar juntos, llamar a la tierra, amarse, he aquí la faena. Si se es honrado y se nace pobre, no hay tiempo para ser sabio y ser rico. ¡Cuánta batalla ganada supone la riqueza! ¡y cuánto decoro perdido! ¡y cuántas tristezas de la virtud y triunfos del mal genio! ¡y cómo, si se parte una moneda, se halla amargo, y tenebroso, y gemidor su seno! Los románticos han pecado sólo por su caballeroso exceso de fidelidad a aquella época de renovación sublime. El hombre, que lleva lo permanente en sí, ha de cultivar lo permanente; o se degrada y vuelve atrás en lo que no lo cultive. A lo transitorio se esclavizan y venden los que no saben descubrir en sí lo superior y perdurable. Hay hombres hechos, por su ruin natural, para que se acuesten sobre ellos. No es que los hombres hacen los pueblos, sino que los pueblos, con su hora de génesis, suelen ponerse, vibrantes y triunfantes, en un hombre. A veces está el hombre listo y no lo está su pueblo. A veces está listo el pueblo y no aparece el hombre. El que anda, vence. Hay que obligar a la gente a pensar, que es trabajo que suele agradar menos a los petimetres literarios y políticos que el de ponerle colorines y floripondios a la fachada de la historia. Para quien conoció la dicha de pelear por el honor de su país, no hay muerte mayor que estar en pie mientras dura la vergüenza patria. Los gobiernos perfectos nacen de la identidad del país y el hombre que lo rige con cariño y fin noble, puesto que la misma identidad es indispensable, por ser en todo pueblo innata la nobleza, si falta al gobernante el fin noble. Lo primero que ha de hacer el hombre público, en las épocas de creación o reforma, es renunciar a sí, sin valerse de su persona sino en lo que valga ella a la patria. Las batallas se ganan entre ceja y ceja. La grandeza de los caudillos no está, aunque lo parezca, en su propia persona, sino en la medida en que sirven a la de su pueblo; y se levantan mientras van con él, y caen cuando la quieren llevar detrás de sí. A lo que se ha de estar no es a la forma de las cosas, sino a su espíritu. Lo real es lo que importa, no lo aparente. En la política, lo real es lo que no se ve. La política es el arte de combinar, para el bienestar creciente interior, los factores diversos u opuestos de un país, y de salvar al país de la enemistad abierta o la amistad codiciosa de los demás pueblos. A todo convite entre pueblos hay que buscarle las razones ocultas. Ningún pueblo hace nada contra su interés; de lo que se deduce que lo que un pueblo hace es lo que está en su interés. Si dos naciones no tienen intereses comunes, no pueden juntarse. Si se juntan chocan. Los pueblos menores, que están aún en los vuelcos de la gestación, no pueden unirse sin peligro con los que buscan un remedio al exceso de productos de una población compacta y agresiva, y un desagüe a sus turbas inquietas, en la unión con los pueblos menores. Los actos políticos de las repúblicas reales son el resultado compuesto de los elementos del carácter nacional, de las necesidades económicas, de las necesidades de los partidos, de las necesidades de los políticos directores. Cuando un pueblo es invitado a unión por otro, podrá hacerlo con prisa el estadista ignorante y deslumbrado, podrá celebrarlo sin juicio la juventud prendada de las bellas ideas, podrá recibirlo como una merced el político venal o demente, y glorificarlo con palabras serviles; pero el que siente en su corazón la angustia de la patria, el que vigila y prevé, ha de inquirir y ha de decir qué elementos componen el carácter del pueblo que convida y el del convidado y si están predispuestos a la obra común por antecedentes y hábitos comunes, y si es probable o no que los elementos temibles del pueblo invitante se desarrollen en la unión que pretende con peligro del invitado; ha de inquirir cuáles son las fuerzas políticas del país que le convida, y los intereses de sus partidos, y los intereses de sus hombres, en el momento de la invitación. Un pueblo crece y obra sobre los demás pueblos en acuerdo con los elementos de que se compone. La acción de un país, en una unión de países, será conforme a los elementos que predominen en él, y no podrá ser distinta de ellos. Si a un caballo hambriento se le abre la llanura, la llanura pastosa y fragante, el caballo se echará sobre el pasto y se hundirá en el pasto hasta la cruz, y morderá furioso a quien le estorbe. Dos cóndores, o dos corderos, se unen sin tanto peligro como un cóndor y un cordero. Los mismos cóndores jóvenes, entretenidos en los juegos fogosos y peleas fanfarronas de la primera edad, no defenderían bien, o no acudirían a tiempo y juntos a defender, la presa que les arrebatase el cóndor maduro. Prever es la cualidad esencial, en la constitución y gobierno de los pueblos. Gobernar no es más que prever. No basta que el objeto de la vida sea igual en los que han de vivir juntos, sino que lo ha de ser la manera de vivir; o pelean, y se desdeñan, y se odian, por las diferencias de manera, como se odiarían por las de objeto. Los países que no tienen métodos comunes, aun cuando tuviesen idénticos fines, no pueden unirse para realizar su fin común con los mismos métodos. Quien dice unión económica, dice unión política. El pueblo que compra, manda. El pueblo que vende, sirve. Hay que equilibrar el comercio para asegurar la libertad. El pueblo que quiere morir, vende a un solo pueblo, y el que quiere salvarse, vende a más de uno. El influjo excesivo de un país en el comercio de otro, se convierte en influjo político. La política es obra de los hombres, que rinden sus sentimientos al interés, o sacrifican al interés una parte de sus sentimientos. Cuando un pueblo fuerte da de comer a otro, se hace servir de él. Cuando un pueblo fuerte quiere dar batalla a otro, compele a la alianza y al servicio a los que necesitan de él. Lo primero que hace un pueblo para llegar a dominar a otro, es separarlo de los demás pueblos. El pueblo que quiera ser libre, sea libre en negocios. Distribuya sus negocios entre países igualmente fuertes. Si ha de preferir alguno, prefiera al que lo necesite menos. La Unión, con el mundo, y no con una parte de él; no con una parte de él contra otra. Todo lo primitivo, como la diferencia de monedas, desaparecerá cuando ya no haya pueblos primitivos. Se ha de poblar la tierra, para que impere, en el comercio como en la política, la paz igual y culta. El que vende no puede ofender a quien le compra mucho, y le da crédito, por complacer a quien le compra poco, o se niega a comprarle, y no le da crédito. No debe levantarse entre países que comercian poco, o no dejan de comerciar por razones de monedas, una moneda que perturba a los países con quienes se comercia mucho. Hay un modo de andar, de espalda vuelta, que aumenta la estatura. Mostrarse acomodaticio hasta la debilidad no sería el mejor modo de salvarse de los peligros a que expone en el comercio, con un pueblo pujador y desbordante, la fama de debilidad. La cordura no está en confirmar la fama de débil, sino en aprovechar la ocasión de mostrarse enérgico sin peligro. Y en esto de peligro, lo menos peligroso, cuando se elige la hora propia y se la usa con mesura, es ser enérgico. Sobre serpientes ¿quién levanta pueblos? Escasos, como los montes, son los hombres que saben mirar desde ellos, y sienten con entrañas de nación, o de humanidad. Quien piensa en sí no ama a la patria; y está el mal de los pueblos, por más que a veces se lo disimulen sutilmente, en los estorbos o prisas que el interés de sus representantes pone al curso natural de los sucesos. VIII Del vol. "Nuestra América". (Segunda Parte.) VIII Trincheras de ideas valen más que trincheras de piedra. Una idea enérgica, flameada a tiempo ante el mundo, para, como la bandera mística del juicio final, a un escuadrón de acorazados. Los pueblos que no se conocen han de darse prisa para conocerse, como quienes van a pelear juntos. Los que se enseñan los puños, como hermanos celosos, que quieren los dos la misma tierra, o el de casa chica, que le tiene envidia al de casa mejor, han de encajar, de modo que sean una, las dos manos. Los que, al amparo de una tradición criminal, cercenaron, con el sable tinto en la sangre de sus mismas venas, la tierra del hermano vencido, del hermano castigado más allá de sus culpas, si no quieren que les llame el pueblo ladrones, devuélvanle sus tierras al hermano. Las deudas del honor no las cobra el honrado en dinero, a tanto por la bofetada. A los sietemesinos sólo les faltará el valor. Los que no tienen fe en su tierra son hombres de siete meses. Cree el soberbio que la tierra fué hecha para servirle de pedestal, porque tiene la pluma fácil o la palabra de colores, y acusa de incapaz e irremediable a su república nativa, porque no le dan sus selvas nuevas modo continuo de ir por el mundo de gamonal famoso, guiando jacas de Persia y derramando champaña. La incapacidad no está en el país naciente, que pide formas que se le acomoden y grandeza útil, sino en los que quieren regir pueblos originales, de composición singular y violenta, con leyes heredadas de cuatro siglos de práctica libre en los Estados Unidos, de diez y nueve siglos de monarquía en Francia. El gobierno ha de nacer del país. El espíritu del gobierno ha de ser del país. La forma del gobierno ha de avenirse a la constitución propia del país. El gobierno no es más que el equilibrio de los elementos naturales del país. No hay batalla entre la civilización y la barbarie, sino entre la falsa erudición y la naturaleza. El hombre natural es bueno, y acata y premia la inteligencia superior, mientras ésta no se vale de su sumisión para dañarle, o le ofende prescindiendo de él, que es cosa que no perdona el hombre natural, dispuesto a recobrar por la fuerza el respeto de quien le hiere la susceptibilidad o le perjudica el interés. Las repúblicas han purgado en las tiranías su capacidad para conocer los elementos verdaderos del país, derivar de ellos la forma de gobierno y gobernar con ellos. Gobernante, en un pueblo nuevo, quiere decir creador. En pueblos compuestos de elementos cultos e incultos, los incultos gobernarán, por su hábito de agredir y resolver las dudas con su mano, allí donde los cultos no aprendan el arte del gobierno. La masa inculta es perezosa, y tímida en las cosas de la inteligencia, y quiere que la gobiernen bien; pero si el gobierno la lastima, se lo sacude y gobierna ella. En la carrera de la política habría de negarse la entrada a los que desconocen los rudimentos de la política. El premio de los certámenes no ha de ser para la mejor oda, sino para el mejor estudio de los factores del país en que se vive. Conocer el país, y gobernarlo conforme al conocimiento, es el único modo de librarlo de tiranías. La universidad europea ha de ceder a la universidad americana. Injértese en nuestras repúblicas el mundo; pero el tronco ha de ser el de nuestras repúblicas. El heroísmo en la paz es más escaso, porque es menos glorioso que el de la guerra. La razón de todos en las cosas de todos, y no la razón universitaria de uno sobre la razón campestre de otros. El tigre, espantado del fogonazo, vuelve de noche al lugar de la presa. Muere echando llamas por los ojos y con las zarpas al aire. No se le oye venir, sino que viene con zarpas de terciopelo. Cuando la presa despierta, tiene al tigre encima. Crear es la palabra de pase de esta generación. El vino, de plátano; y si sale agrio, ¡es nuestro vino! Se entiende que las formas de gobierno de un país han de acomodarse a sus elementos naturales; que las ideas absolutas, para no caer por un yerro de forma, han de ponerse en formas relativas; que la libertad, para ser viable, tiene que ser sincera y plena; que si la república no abre los brazos a todos y adelanta con todos, muere la república. Estrategia es política. Los pueblos han de vivir criticándose, porque la crítica es la salud; pero con un solo pecho y una sola mente. Los pueblos viriles, que se han hecho de sí propios, con la escopeta y la ley, aman, y sólo aman, a los pueblos viriles. Se ha de tener fe en lo mejor del hombre y desconfiar de lo peor de él. Los pueblos han de tener una picota para quien les azuza a odios inútiles; y otra para quien no les dice a tiempo la verdad. No hay odios de razas, porque no hay razas. El alma emana, igual y eterna, de los cuerpos diversos en forma y en color. Peca contra la Humanidad el que fomente y propague la oposición y el odio de las razas. Pensar es servir. Ciencia y libertad son llaves maestras que han abierto las puertas por donde entran los hombres a torrentes, enamorados del mundo venidero. Las fuerzas extraordinarias, en los hombres como en las tierras, por coartadas y obscurecidas que anden, surgen siempre. Es imposible que un gran territorio agrícola y minero no sea también un gran territorio industrial. Lo que tiene razón de vivir trae consigo tal pujanza, que no hay preocupación de escuela, ley hostil o capricho pasajero que lo ahogue. Cuando existen para un suceso causas históricas, constantes, crecientes y mayores, no hay que buscar en una pasajera causa ínfima la explicación del suceso. El soldado de fila no ve nunca los ensueños de gloria o deleites de sacrificios que iluminan o enternecen, en la hora del combate, los ojos del capitán. A la larga, todo pueblo saca ventaja, por la fama que asegura y respeto que inspira, de haber sido heroico;... así como queda para befa y mote cuando tarda en serlo. El poeta debe callar su dolor hasta la hora sublime en que el verso tallado en él busca salida, despedazando las entrañas, para consolar la pena de los hombres con la poesía misma que la pena inspira. La mente tiene, como la Naturaleza, sus leones pavorosos, sus tigres felinos, sus zorras aprovechadas y sus pájaros que vuelan y ven de alto. Cada cosa, en sí, es suma y clave del conjunto de las cosas. El que lleva la belleza en sí, ¿cómo creerá en lo feo del Universo? Padecer es un deber, y, acaso, una necesidad de los poetas. Lo que escribe el dolor es lo único que queda grabado en la memoria de los hombres. Vivir en la Tierra no es más que un deber de hacerle bien. Ella muerde y uno la acaricia. Créese riqueza pública, protéjase el trabajo individual; así, ocupadas las manos, anda menos inquieta la mente. La facilidad del trabajo es el principal enemigo de las revoluciones. La tierra es la gran madre de la fortuna. Labrarla es ir directamente a ella. De la independencia de los individuos depende la grandeza de los pueblos. Venturosa es la tierra en que cada hombre posee y cultiva un pedazo de terreno. Toda muerte es principio de una vida. Para hacer poesía hermosa, no hay como volver los ojos fuera: a la Naturaleza; y dentro: al alma. Sólo para hacer el bien la fuerza es justa. La riqueza exclusiva es injusta. Es rica una nación que cuenta muchos pequeños propietarios. En economía política y en buen gobierno, distribuir es hacer venturosos. No hay en la tierra más vía honrada que la que uno se abre con sus propios brazos. La dignidad es como la esponja: se la oprime, pero conserva siempre su fuerza de tensión. La dignidad nunca muere. La política grandiosa es el primer deber; la mezquina el mayor vicio nacional. La actividad es el símbolo de la juventud. Saber leer es saber andar. Saber escribir es saber ascender. Una escuela es una fragua de espíritus. La educación es como un árbol: se siembra una semilla y se abre en muchas ramas. Sea la gratitud del pueblo que se educa, árbol protector, en las tempestades y las lluvias, de los hombres que hoy les hacen tanto bien. Hombres recogerá quien siembra escuelas. Aire de ejemplo, riego de educación necesitan las plantas oprimidas. La libertad y la inteligencia son la natural atmósfera del hombre. Los ojos de los hombres, una vez abiertos no se cierran. Los mismos padecimientos por el logro de la libertad encariñan más con ella; y el reposo mismo que da el mando tiránico permite que a su sombra se acendren y fortalezcan los espíritus. Quien quiera pueblo ha de habituar a los hombres a crear. Quien crea, se respeta y se ve como una fuerza de la naturaleza, a la que atentar o privar de su albedrío fuera ilícito. Una semilla que se siembra no es sólo la semilla de una planta, sino la semilla de la dignidad. La independencia de los pueblos y su buen gobierno vienen sólo cuando sus habitantes deben su subsistencia a un trabajo que no está a la merced de un regalador de puestos públicos, que los quita como los da y tiene siempre en susto, cuando no contra él armados en guerra, a los que viven de él. No hay cosa que moleste tanto a los que han aspirado en vano a la grandeza como el espectáculo de un hombre grande. Crecen los dientes sin medida al envidioso. Es bueno que se truequen en universidades los conventos. La grandeza, luz para los que la contemplan, es horno encendido para quien la lleva, de cuyo fuego muere. Sentirse amado fortalece y endulza. Honrar, honra. No hay como vivir para aprender a tener compasión de los que viven. La habilidad es la cualidad de los pequeños. Las virtudes son menos estimadas por aquellos que viven en constante contacto con los virtuosos. Hay sucesos tales, que exigen tanta grandeza en los que han de soportarlos como en los que los realizan. ¿Qué es la grandeza, sino el poder de embridar las pasiones, y el deber de ser justo y de prever? El lamento es de ruines cuando está en frente la obra. Suelen mezquinas causas domar a hombres egregios. En tiempos de peligro, el pesar mayor es estar lejos de él. ¡Cuán poco puede el genio generoso contra la obra de la discordia de los hombres! ¡Qué dolor ver claramente en las entrañas de los siglos futuros y vivir enclavado en su siglo! Es la palabra águila que no consiente tener plegadas las alas largo tiempo. Hallan los hombres excusa a los actos censurables en la frecuencia con que éstos acontecen y en la impunidad en que queda el delito. Es más fácil apoderarse de los ánimos moviendo sus pasiones, que enfrenándolas. Traiciones tiene la Historia, y parricidios. Prevenirse no está de más, si se quiere salvar el espíritu de América, y se le tiene en algo, y se sabe lo que vale. Es de hijos poner, y no quitar, a la virtud y hacienda que les vinieron de sus padres. Honrar en el nombre lo que en la esencia se abomina y combate, es como apretar en amistad un hombre al pecho y clavarle un puñal en el costado. Tiene el chiste su decoro literario, y el buen ingenio desdeña esa barata jocosidad que está en hacer alusiones a cosas deshonestas. Ni religión católica hay derecho de enseñar en las escuelas, ni religión anticatólica. Sea libre el espíritu del hombre y ponga el oído directamente sobre la tierra; que si no hubiera debido ser así, no habría sido puesto en contacto de la tierra el hombre. Poesía es un pedazo de nuestras entrañas, o el aroma del espíritu recogido, como en cáliz de flor, por manos delicadas y piadosas. Entristece ver a los hombres movidos por sus pasiones o azuzando las ajenas. Los siglos se petrifican y se hacen hombres; pero para eso es necesario que pasen siglos. Después, a gran distancia, se observan mejor su tamaño y su obra. El que vió hervir en tacho burdo el hierro de que se hizo el primer clavo, no imaginó la fogueante y hendente locomotora, que cabalga en los montes y los lleva a rastras. Savia quieren los pueblos y no llagas. Es estéril el consorcio de dos razas opuestas. Las grandes personalidades, luego que desaparecen de la vida, se van acentuando y condensando; y cuando se convoca a los escultores para alzarles estatuas, se ve que no es ya esto tan preciso, porque como que se han petrificado en el aire por la virtud de su mérito, y las ve todo el mundo. Hay seres humanos en quienes el derecho encarna y llega a ser sencillo e invencible, como una condición física. La Humanidad no se redime sino por determinada cantidad de sufrimiento, y cuando unos la esquivan, es preciso que otros la acumulen, para que así se salven todos. Es dado a ciertos espíritus ver lo que no todos ven. Para otros la Tierra es un plato de oro, en que se gustan manjares sabrosos; y los hombres, acémilas, buenas para que los afortunados las cabalguen. La prosperidad que no está subordinada a la virtud, avillana y degrada a los pueblos; los endurece, corrompe y descompone. La perla está en su concha y la virtud en el espíritu humano. La virtud crece. El honor humano es imperecedero e irreducible, y nada lo desintegra ni amengua, y cuando de un lado se logra oprimirlo y desvanecerlo, salta inflamado y poderoso de otro. Odian los hombres y ven como a enemigo al que con su virtud les echa involuntariamente en rostro que carecen de ella; pero apenas ven desaparecer a uno de esos seres acumulados y sumos, que son como conciencias vivas de la Humanidad, y como su médula, se aman y aprietan en sigilo y angustia en torno del que les dió honor y ejemplo, como si temiesen que, a pesar de sus columnas de oro, cuando un hombre honrado muere, la humanidad se venga abajo. Se afirma un pueblo que honra a sus héroes. La vida es relativa y no absoluta. Los pueblos pueden necesitar de la protección, como un niño de andadores. Puede ser útil proteger una industria genuina, mientras las restricciones necesarias para protegerla no impongan a la nación un sacrificio superior al beneficio que a toda luz haya de sacar de ella. Con el mucho auxilio sucede a las industrias lo que a la criatura a quien nunca saquen del andador: que no aprenderá a andar. Lo que se vió es lo que importa, y no quien lo vió. El apuntador molesta en los libros como en el teatro. Lo que se quiere es saber lo que enseña la vida, y enoja que no nos dejen ver la vida como es, sino con estos o aquellos espejuelos. Con tanto como se escribe está aún en sus primeros pañales la literatura servicial y fuerte. El hombre es uno, y el orden y la entidad son las leyes sanas e irrefutables de la naturaleza. Los pueblos no se rebelan contra las causas naturales de su malestar, sino contra las que nacen de algún desequilibrio o injusticia. Todo acto equitativo en provecho de la masa laboriosa, contribuye a afirmar la seguridad pública. La América ha de promover todo lo que acerque a los pueblos, y de abominar todo lo que los aparte. Las puertas de cada nación deben estar abiertas a la actividad fecundante y legítima de todos los pueblos. Las manos de cada nación deben estar libres para desenvolver sin trabas el país, con arreglo a su naturaleza distintiva y a sus elementos propios. Los pueblos todos deben reunirse en amistad y con la mayor frecuencia dable, para ir reemplazando, con el sistema del acercamiento universal, por sobre la lengua de los istmos y la barrera de los mares, el sistema, muerto para siempre, de dinastías y de grupos. IX Del vol. "Norteamericanos". IX Se pelea mientras hay por qué, ya que puso la naturaleza la necesidad de justicia en unas almas, y en otras la de desconocerla y ofenderla. Los bravos olvidan. Se nota, después de las guerras, que los que olvidan menos son los menos bravos, o los que pelearon sin justicia y viven en el miedo de su victoria. Pueblos hay y gentes, de oro por fuera, que son una cueva de duendes insomnes por dentro. Sólo los pueblos pequeños perpetúan sus guerras civiles. Como bueno, caballo contra caballo, se dirimen las contiendas que arrebata al dictamen de la razón la ferocidad del hombre. Culminan las montañas en pico y los pueblos en hombres. El silencio es el pudor de los grandes caracteres. La queja es una prostitución del carácter. Aquel que es capaz de algo y muere sin que le haya llegado su hora, muere en calma, que en alguna parte le llegará. Y si no llega, bien está; ya es bastante grande el que es capaz de serlo. En una República, un hombre que no vota es como en un ejército un soldado que deserta. En el egoísta hay más personalidad, visible al menos, que en el desinteresado; pero sólo en el desinteresado hay verdadera grandeza. Denuedo vence a denuedo. A los hombres les importa más, a los hombres que llegan con el deseo a donde no les llega el patriotismo, les importa más quedar primero que salvar la patria. No es lo mismo, por cierto, pelear donde el enemigo se ha preparado para resistir que donde tiene que acudir imprevista y precipitadamente. Ni hombres ni hechos derivan grandeza permanente sino de su asimilación con una época o con una nación. No hay faena más complicada y sutil que la del gobierno, ni cosa que requiera más práctica del mundo, sumisión y ciencia. El genio es conocimiento acumulado. Por toda suerte de condiciones habrá sido útil pasar, para ser benigno y justo, según diferentes normas, con los hombres de todas condiciones. Han de tenerse en grado igual sumo la conciencia del derecho propio y el respeto al derecho ajeno; y de éste se ha de tener un sentimiento más delicado y vivo que de aquél, porque de su abuso sólo puede venir debilidad, y del de aquél puede caerse en despotismo. Todo lo que vive se expresa. Lo que se contiene se desborda. Tiene artes increíbles la lisonja. Los talentos, para ser eficaces, han de reunir en sí ambos sexos; el hombre, que invade; la mujer, clemente. Obscurecerse es bien, si así se evita ensangrentar la patria. A ciertos actos no es dado el ser entendido por ciertas mentes. La grandeza lastima a los que no son grandes. Se han de poner las esperanzas en lo que no se pierdan; jamás en hombres, escurridizos como las serpientes. Los pueblos yerran en las horas de crisis que les turban el juicio; pero, en reposo, es admirable su justicia; ven el hecho, el carácter, el peligro, como entre nubes; pero lo ven; y si por el odio, el interés o el amor, suelen extremar o desviar sus opiniones, es lo más común que las tengan justas y seguras. La Tierra tiene sus cráteres; la especie humana sus oradores. Nacen de un gran dolor, de un gran peligro o de una gran infamia. Los oradores, como los leones, duermen hasta que los despierta un enemigo digno de ellos. Sólo resisten el vaho venenoso del poder las cabezas fuertes. El espíritu despótico del hombre se apega con amor mortal a la fruición de ver de arriba y mandar como dueño, y una vez que ha gustado de este gozo, le parece que le sacan de cuajo las raíces de la vida cuando lo privan de él. No mueren nunca sin dejar enseñanza los hombres en quienes culminan los elementos y caracteres de los pueblos; por lo que, bien entendida, viene a ser un curso histórico la biografía de un hombre prominente. En la elevación de cada hombre, por más que pueda parecer injusta y casual, hay causas fijas y de gran cuantía, ya residan por fuerza original en el encumbrado, ya dominen por fuerza nacional en el pueblo que los encumbra. Todo gobernante representa, aun en las formas más extraviadas y degradantes del gobierno, una fuerza activa y considerable, visible u oculta; y cae, cualesquiera que sean su poder y aparato legal, cuando esta fuerza cesa, o él cesa de representarla. No hay en los pueblos cosa más real que sus gobiernos. Las repúblicas tienen, como excrecencias de su majestad y gusanos de su tronco, sus callejuelas y sus pasadizos; y así como en las horas de tormenta el instinto seguro del pueblo le lleva a elegir por guía el águila que cruza con más serenidad el aire, sucede en las horas de calma, cuando las águilas reposan, que las ambiciones, hábiles de suyo y agresivas, se entran por donde duerme la verdadera grandeza, que sólo da cuenta de sí cuando un peligro digno de ella viene a despertarla. En un país de pensamiento, sólo por las sorpresas de la guerra puede subir un hombre inculto al poder. No hay espectáculo, en verdad, más odioso que el de los talentos serviles. Quien lisonjea, manda. Domina a los hombres el que aparenta servirlos, y tiene más seguro el mando aquel que no deja ver que lo desea, ni lastima la ambición, orgullo o decoro de sus émulos con el espectáculo de su presunción o soberbia. Dos que han pecado juntos, son eternos amigos. Cuando todas las noblezas se han obscurecido en el hombre, aún es capaz de la pasión de amigo, y se encarniza en ella, como para probarse que no es enteramente vil. Si hay algo sagrado en cuanto alumbra el Sol, son los intereses patrios. No hay viles mayores que los que miran exclusivamente los intereses de la patria como medios de satisfacer su vanidad o levantar su fortuna. Jamás debe apartarse de los cuidados públicos, ni en los momentos de mayor paz, la gente honrada. No debe abandonarse por descuido lo que habrá de reconquistarse luego a gran costa. No hay furia mayor que la de los caudillos rivales de un mismo partido. Hay pocas cosas en el mundo que sean tan odiadas como los hipócritas. El decoro encalla donde la intriga sale ilesa. Donde se plantan pudres no hay que esperar olores. El que viola el derecho, la paz y la independencia de la casa ajena, es como un bandido y rufián de las naciones, a la que lo de cesárea y omnipotente no quitaría la mancha de criminal y de villana. Quien ha sabido preservar su decoro sabe lo que vale el ajeno, y lo respeta. El talento la naturaleza lo da y vale lo mismo que un albaricoque o una nuez; pero el carácter no; el carácter se lo hace el hombre; y con su sangre lo anima y colora, y con sus manos lo salva de tentaciones que, como sirenas, le cantan; y de riesgos que, como culebras, lo vahean. El carácter sí es motivo de orgullo, y quien lo ostenta, resplandece. Como mármol ha de ser el carácter: blanco y duro. ¿Qué es, por desdicha, la política práctica, más que la lucha por el goce del poder? El lenguaje es humo cuando no sirve de vestido al sentimiento generoso o la idea eterna. Los partidos desdeñosos con quienes los solicitan, acaban por solicitar a quienes los desdeñan. El necio sólo confía en los meros poderes naturales. Cada condición lleva consigo, como todo lo que existe en lo material o espiritual, una cantidad igual de vida o muerte. Al poder se sube casi siempre de rodillas. Los que suben de pie son los que tienen derecho a él. Todo lo que no sea virtud pura es a la larga apoyo deleznable en política. De cada nuevo hervor sale más bello el mundo. El ejercicio de la libertad conduce a la religión nueva. ¿A qué sino a desconfiar de la eficacia de la existencia han de llevar las religiones que castigan y los gobiernos tétricos? Donde la razón campea florece la fe en la armonía del Universo. El hombre crece tanto, que ya se sale de su mundo e influye en el otro. Por la fuerza de su conocimiento abarca la composición de lo invisible, y por la gloria de una vida de derecho llega a sus puertas seguro y dichoso. Cuando las condiciones de los hombres cambian, cambian la literatura, la filosofía y la religión, que es una parte de ella. Cada sacudida en la historia de un pueblo altera su olimpo. La entrada del hombre en la ventura y ordenamiento de la libertad produce, como una colosal florescencia de lirios, la fe casta y profunda en la utilidad y justicia de la Naturaleza. La salud de la libertad prepara a la dicha de la muerte. Cuando se ha vivido para el hombre, ¿quién nos podrá hacer mal, ni querer mal? La vida se ha de llevar con bravura y a la muerte se la ha de esperar con un beso. En vano concede la Naturaleza a algunos de sus hijos cualidades privilegiadas; porque serán polvo y azote si no se hacen carne de su pueblo, mientras que si van con él, y le sirven de brazo y de voz, por él se verán encumbrados, como las flores que lleva en su cima una montaña. Los hombres son productos, expresiones, reflejos. Viven, en lo que coinciden con su época o en lo que se diferencian marcadamente de ella; lo que flota, les empuja y pervade; no es aire sólo lo que les pesa sobre los hombros, sino pensamiento; esas son las grandes bodas del hombre: sus bodas con la patria. Hay palabras de instinto, que vienen sobre el mundo en las horas de renuevo, como los huracanes y las avalanchas; retumban y purifican, como el viento; elaboran sin conciencia, como los insectos y las arenas de la mar. La religión venidera y perdurable está escrita en las armonías del Universo. Los hombres abandonan a los que se deciden a vivir sin adularlos. El mejor modo de servir a Dios es ser hombre y cuidar de que no se menoscabe la libertad. El amor de una mujer joven trastorna a los ancianos, como si volviera a llenarles la copa vacía de la vida. La piedad es el sello de las almas escogidas. Cuando la Naturaleza escribe "Grandeza", escribe "Ternura". El que la nación educa, si no aprende para vil, debe dar la flor de su trabajo, la flor de su vida, a la nación. Los hombres pueden levantar puentes más fácilmente que levantar almas. Los hombres gustan de comer y de dormir, y se entretienen en cortarse las alas y en ver caer al polvo sus mejores plumas, en vez de ceñírselas a los hombros, como para tenderlas vía del Cielo. Dos madres tienen los hombres: la Naturaleza y las circunstancias. Dan de sí las épocas nuevos hombres que las simbolizan. Ya no fabrican los hombres en el fondo del río, sino en el aire. Cada siglo que pasa es un puñado más de verdades que el hombre guarda en su arca. Cuando el hombre ha vaciado su espíritu, puede ya dejar la Tierra. Una mujer buena es un perpetuo arco iris. El soldado es el único que puede cometer crímenes sin deshonrarse. Dentro de la maldad se crean virtudes relativas. Sólo saca de sí su fuerza entera el que vive en la arrogancia interior de ser querido. No hay fraternidad más temible en las repúblicas que la de los militares, por cuanto, a más de fortalecerse por el interés común, viene de hechos heroicos que apasionan con justicia a los pueblos y hacen conmovedora y sincera la unión de los que los realizaron juntamente. La muerte engrandece cuanto se acerca a ella; y jamás vuelven a ser enteramente pequeños los que la han desafiado. El triunfar no está en ser, sino en lucir. La guerra es poética y se nutre de leyendas y asombros. La guerra no es serventesio repulido con ribete de consonante y encaje de acentos. La guerra es oda. Quiere caballos a escape, cabezas desmelenadas, ataques imprevistos, mentiras gloriosas, muertes divinas. Quiere héroes que sepan echar la vida al aire, como el matador echa al brindar el toro la montera. La muchedumbre humana es aún servil y ama al que vence. El alma humana es como una caja de colores que, al sol de la gloria, resplandece. Los cráneos están llenos de colores. El hombre ama lo centelleante y pintoresco. La caballería es como el gerifalte de la guerra moderna, en caer cuando no se la espera, en venirse con la presa en los dientes, en recogerse cuando lo quiere el cazador. El valor crece a caballo. En el caballo hay gloria. El mejor modo de hacerse adorar por los soldados, es no sacrificarlos sin necesidad y pelear a su cabeza. Hay batallas sin sangre; batallas en que la sangre corre donde no se ve. Los que desdeñan el arte son hombres de estado a medias. La paz es el deseo secreto de los corazones y el estado natural del hombre. Los defectos nacionales, como las virtudes, son elementos políticos. Puesto que hay tanto hombre-boca, debe haber de vez en cuando un hombre-ala. El deber es feliz, aunque no lo parezca, y el cumplirlo puramente eleva el alma a un estado perenne de dulzura. El amor es el lazo de los hombres, el modo de enseñar y el centro del mundo. Se debe enseñar conversando, como Sócrates, de aldea en aldea, de campo en campo, de casa en casa. La inteligencia no es más que medio hombre, y no lo mejor de él. No sabe de la delicia del mundo el que desconoce la realidad de la idea y la fruición espiritual que viene del constante ejercicio del amor. El juicio madura la sensibilidad. En lo corpóreo, como en lo del espíritu, la salud es indispensable a la belleza, y ésta, en el hombre como en el mundo de que es suma, depende del equilibrio. La ciudad extravía el juicio, el campo lo ordena y acrisola. Antes se aplaudía al gladiador que mataba, y ahora al que salva. La vida es un himno. La muerte es una forma oculta de la vida. El sufrimiento es menor para las almas que el amor posee. La vida no tiene dolores para el que entiende a tiempo su sentido. Del mismo germen son la miel, la luz y el beso. Cada estado social trae su expresión a la literatura, de tal modo, que por las diversas fases de ella pudiera contarse la historia de los pueblos con más verdad que por sus cronicones y sus décadas. No puede haber contradicciones en la Naturaleza. ¿Quién es el ignorante que mantiene que la poesía no es indispensable a los pueblos? Hay gentes de tan corta vista mental, que creen que toda la fruta se acaba en la cáscara. La poesía que congrega o disgrega, que fortifica o angustia, que apuntala o derriba las almas, que da o quita a los hombres la fe y el aliento, es más necesaria a los pueblos que la industria misma, pues ésta les proporciona el modo de subsistir, mientras que aquélla les da el deseo y la fuerza de la vida. El alma sólo se complace en lo bello y grandioso. La libertad debe ser, fuera de otras razones, bendecida, porque su goce inspira al hombre moderno--privado a su aparición de la calma, estímulo y poesía de la existencia--, aquella paz suprema y bienestar religioso que produce el orden del mundo en los que viven en él con la arrogancia y serenidad de su albedrío. La libertad es la religión definitiva. Y la poesía de la libertad el culto nuevo. Ella aquieta y hermosea lo presente, deduce e ilumina lo futuro, y explica el propósito inefable y seductora bondad del Universo. El que vive en un credo autocrático es lo mismo que una ostra en su concha, que sólo ve la prisión que la encierra y cree, en la obscuridad, que aquello es el mundo; la libertad pone alas a la ostra. Y lo que, oído en lo interior de la concha, parecía portentosa contienda, resulta a la luz del aire ser el natural movimiento de la savia en el pulso enérgico del mundo. El átomo que crea es de esencia divina. El acto en que se crea es exquisito y sagrado. El hombre debe abrir los brazos, y apretarlo todo contra su corazón, la virtud lo mismo que el delito, la suciedad lo mismo que la limpieza, la ignorancia lo mismo que la sabiduría; todo debe fundirlo en su corazón, como en un horno. Dese fuerzas a los hombres, en vez de quitarles con lamentos las pocas que el dolor les deja. X Del vol. "Amistad Funesta". X El alma humana tiene una gran necesidad de blancura. Desde que lo blanco se oscurece, la desdicha empieza. La práctica y conciencia de todas las virtudes, la posesión de las mejores cualidades, la arrogancia de los más nobles sacrificios, no bastan a consolar el alma de un solo extravío. Ni a las mujeres está bien eso de cubrirse la frente, donde está la luz del rostro. Cuando se padece mucho no se desea un beso en los labios, sino en la frente. Hay algo de tenebroso e inquietante en esas frentes cubiertas. Gustan siempre los jóvenes de lo desordenado e imprevisto. Mejora y alivia el contacto constante de lo bello. Conviene tener siempre delante de los ojos, alrededor, ornando las paredes, animando los rincones donde se refugia la sombra, objetos bellos, que la coloreen y la disipen. Hay cierto espíritu de independencia en el pecado, que lo hace simpático cuando no es excesivo. Pocas son por el mundo las criaturas que, hallándose con las encías provistas de dientes, se deciden a no morder, o reconocen que hay un placer más profundo que el de hincar los dientes, y es no usarlos. Todos aquellos placeres que no vienen directamente y en sazón de los afectos legítimos, aunque sean champaña de la vanidad, son acíbar de la memoria. Tiene el sueño pesado, en cosas de grandeza, y sobre todo en estos tiempos, el alma humana. ¿Qué es la música, sino la compañera y guía del espíritu en su viaje por los espacios? Sólo los que persiguen en vano la pureza, saben lo que regocija y exalta el hallarla. La conversación con las damas ha de ser de plata fina, y trabajada en filigrana leve. Los estudiantes son el baluarte de la Libertad, y su ejército más firme. Las universidades parecen inútiles, pero de allí salen los mártires y los apóstoles. Una mujer sin ternura ¿qué es sino un vaso de carne, repleto de veneno? XI Del vol. "Ismaelillo".--"Versos Sencillos".--"Versos libres". XI El hijo de un pueblo esclavo vive por él, calla y muere. Todo es hermoso y constante, todo es música y razón, y todo, como el diamante, antes que luz es carbón. Cuando al peso de la cruz el hombre morir resuelve, sale a hacer bien, lo hace y vuelve como de un baño de luz. ¡La eternidad de los hombres es la gran pena del mundo! El verso, dulce consuelo, nace alado de dolor. El suelo triste en que siembran lágrimas dará árbol de lágrimas. La culpa es madre del castigo. Copa de mago que el capricho torna en hiel para los míseros, y en férvido tokay para el feliz. La vida es grave, y hasta el pomo ruin la daga hundida; al flojo gladiador clava en la arena. No es hermosa la fruta en la mujer, sino la estrella. La tierra ha de ser luz, y todo vivo debe en torno de sí dar lumbre de astro. ¡Sólo las flores del paterno prado tienen olor! ¡Sólo las ceibas patrias, del sol amparan! Como en vaga nube por suelo extraño se anda. De carne viva y profanadas frutas viven los hombres, ¡ay! ¡mas el proscripto de sus entrañas propias se alimenta! Grato es morir; horrible vivir muerto. XII Del vol. "Versos".--"Abdala".--"Amor con amor se paga". XII Cuando el amor o el entusiasmo llora, se siente a Dios, y se idolatra y ora. ...Cuando se muere en brazos de la patria agradecida, la muerte acaba, la prisión se rompe; ¡empieza, al fin, con el morir, la vida! ...Cuando la gloria a esta estrecha mansión nos arrebata, el espíritu crece, el cielo se abre, el mundo se dilata y en medio de los mundos se amanece. ¡Mata, déspota, mata! ¡Para el que muere a tu furor impío, el cielo se abre, el mundo se dilata! Nadie inculpe jamás a los sedientos sin calmar con el agua sus afanes: nadie inculpe jamás a los hambrientos sino acabando de ofrecerles panes. ¿Quién sabe en los placeres lo que llora? ¿Quién conoce la sangre en la sonrisa, y el odio en el amor, y la dolora en el bullente fondo de la risa? Mujer, y flor, y llanto se fecundan en hijos, en aroma, en musgo, en flores, y el universo terrenal inundan con la savia vital de los amores. ¡Espíritu, a soñar! Soñando, crece la eternidad en ti, ¡Dios en la altura! El Cielo y el Infierno hermanos son, hermanos en lo eterno. ...¿Cuándo el martirio no fué en la frente la mejor corona? Ceder es dominar: sé siempre tierna: ¡jamás serás vencida! ...¡Doma potros y fieras, la caricia! ...el dolor, como la nieve, mantiene en fuego el corazón que enfría. ¡Oh, qué dulce es morir cuando se muere luchando audaz por defender la patria! Hombre incompleto es el hombre que en su estrecho ser se pliega y sobre la tierra madre su estéril vida pasea, sin besos que lo calienten ni brazos que lo protejan. XIII Del vol. "Crítica y Libros". XIII Se hacen versos de la grandeza, pero sólo del sentimiento se hace poesía. Es ley que honren y acaten a los poetas que no pasan, reyes que pasan. Conocer diversas literaturas es el mejor medio de libertarse de la tiranía de algunas de ellas. Embellecer la vida es darle objeto. Salir de sí es indomable anhelo humano, y hace bien a los hombres quien procura hermosear su existencia, de modo que vengan a vivir contentos con estar en sí. No hay para odiar la tiranía como vivir bajo ella. Los hombres aman en secreto las verdades peligrosas, y sólo iguala su miedo a defenderlas, antes de verlas aceptadas, a la tenacidad y brío con que las apoyan luego que ya no se corre riesgo en su defensa. La sátira es el homenaje que la medianía celosa paga siempre al genio. El amor al arte aquilata al alma y la enaltece. Sobre el placer de poseer lo hermoso, que mejora y fortifica, está el placer de poseer lo hermoso, que nos deja contentos de nosotros mismos. Alhajar la casa, colgar de cuadros las paredes, gustar de ellos, estimar sus méritos, platicar de sus bellezas, son goces nobles que dan valía a la vida, distracción a la mente y alto empleo al espíritu. Se siente correr por las venas una savia nueva cuando se contempla una nueva obra de arte. La tristeza pone en el alma prematura vejez. No hay nada más temible que los apetitos y las cóleras de los ignorantes. Un libro, aunque sea de mente ajena, parece cosa como nacida de uno mismo, y se siente uno como mejorado y agrandado con cada libro nuevo. Manda sólo, y mandará siempre de veras, el que haya traído consigo de la naturaleza el derecho de mandar. Un cajista es un hermano; y como el brazo de los autores, que deben cuidar y mimar bien sus brazos. La herencia en la vida animal es la transmisión de los elementos de una existencia determinada de un individuo a otro. La vida es sutil, complicada y ordenada, aunque parezca brusca, simple y desordenada al ignorante. La vida es una agrupación lenta y un encadenamiento maravilloso. El genio es simplemente una anticipación: prevé en sus detalles lo que otros no ven aún en sus líneas mayores, y como los demás no ven lo que ve él, lo miran con asombro, se fatigan de su resplandor y persistencia, y lo dejan a que se alimente de sí propio, y sufra. Las obras de los grandes creadores en arte están hechas de manera que, salvo el obscuro color que les da el tiempo, parecen obras de ahora: es que los grandes creadores ven lo eterno en lo accidental; por lo que sus obras perduran. Cuando un pueblo se divide, se mata. El ambicioso ríe en la sombra. Literatura no es otra cosa más que expresión y forma, y reflejo en palabras de la Naturaleza que nutre y del espíritu que anima al pueblo que la crea. Leer una buena revista es como leer decenas de buenos libros. Preocupar a los pueblos exclusivamente en su ventura y fines terrestres, es corromperlos, con la mejor intención de sanarlos. Los pueblos que no creen en la perpetuación y universal sentido, en el sacerdocio y glorioso ascenso de la vida humana, se desmigajan como un mendrugo roído de ratones. Quien no comulga en el altar de los hombres, es justamente desconocido por ellos. Mal va un pueblo de gente oficinista. Esclavo es todo aquel que trabaja para otro que tiene dominio sobre él. Emplearse en lo estéril cuando se puede hacer lo útil; ocuparse en lo fácil cuando se tienen bríos para intentar lo difícil, es despojar de su dignidad al talento. Todo el que deja de hacer lo que es capaz de hacer, peca. El avaro es el tipo esencial del egoísta; el héroe es el tipo esencial del altruista. La vida espiritual es una ciencia, como la vida física. Las cualidades de los padres quedan en el espíritu de los hijos como quedan los dedos del niño en las alas de la fugitiva mariposa. La individualidad es el distintivo del hombre. El que desentierra una ciudad merece más aplausos que el que la devasta. Sólo hay en nuestros países una división visible, que cada pueblo, y aun cada hombre, lleva en sí, y es la división en pueblos egoístas de una parte, y de otra generosos. Títulos dan los reyes; pero de ennoblecimiento de alma, ninguno mayor que el que se saca de los libros. Las ideas purifican. Venir a la vida usual después de haber estado del brazo con ellas por bajo de los árboles o por espacios azules, es como dar de súbito en el vacío. ¿Criticar qué es, sino ejercer el criterio? La aristocracia intelectual viene de pensar y de padecer. El arte no es venal adorno de reyes y pontífices, por donde apenas asoma la cabeza eterna el genio, sino divina acumulación del alma humana, donde los hombres de todas las edades se reconocen y confortan. El que ajuste su pensamiento a su forma, como una hoja de espada a la vaina, ese tiene estilo. El verso se improvisa, pero la prosa no; la prosa viene con los años. Las épocas de construcción, en las que todos los hombres son pocos; las épocas amasadas con sangre y que pudieran volver a anegarse con ella, quieren algo más de la gente de honor que el chiste de corrillo y la literatura de café, empleo indigno de los talentos levantados. La gracia es de buena literatura; pero donde se vive sin decoro, hasta que se le conquiste, no tiene nadie el derecho de valerse de la gracia sino como arma para conquistarla. La literatura verdadera está en la observación de los tipos originales, y en la expresión fiel e intensa de lo que el autor ve dentro y fuera de sí. Escribir no es cosa de azar, que sale hecha de la comezón de la mano, sino arte que quiere a la vez martillo de herrero y buril de joyería; arte de fragua y caverna, que se riega con sangre, y hace una víctima de cada triunfador; arte de cíclope lapidario. El sacrificio es un placer sublime y penetrante. El desinterés es la ley del genio y de la vida. Los pueblos son como los árboles, que no los conoce bien, ni sabe de los injertos que les puedan convenir o dañar, sino quien los conoce desde las raíces. Quien en sí condensa un pueblo, es digno de figurar entre los que van a su cabeza. Ningún espíritu extraordinario ama por sí, sino por no causar dolor a los que le han hecho la merced de quererlo. La tierra está llena de espíritus. El aire está lleno de almas. El que de su pueblo reniegue, de las propias alas de su cerebro y entrañas de su entendimiento sea, como un ladrón, privado. Los que se limitan a copiar el espíritu de los poetas de allende, ¿no ven que con eso reconocen que no tienen patria, ni espíritu propio, ni son más que sombras de sí mismos, que de limosna andan vivos por la tierra? Por cada siglo que los pueblos han llevado cadenas, tardan por lo menos otro en quitárselas de encima. En este mundo no hay nada de verdadero más que la nobleza y la hermosura. No es posible vivir en la tragedia perpetua, ni sin ella. Contra la verdad, nada dura; ni contra la Naturaleza. Un libro es estopa y espuma si no arranca naturalmente del carácter. FIN ÍNDICE ÍNDICE NOTA DE LOS EDITORES 7 PROEMIO 11 I Del vol. CUBA.--Primera Parte 13 II " " CUBA.--Segunda Parte 23 III " " EN LOS ESTADOS UNIDOS.--Primera Parte 45 IV " " EN LOS ESTADOS UNIDOS.--Segunda Parte 53 V " " LA EDAD DE ORO 63 VI " " HOMBRES 73 VII " " NUESTRA AMÉRICA.--Primera Parte 85 VIII " " NUESTRA AMÉRICA.--Segunda Parte 95 IX " " NORTEAMERICANOS 111 X " " AMISTAD FUNESTA 127 XI " " ISMAELILLO.--Versos sencillos.--Versos libres 131 XII " " VERSOS.--Abdala. Amor con amor se paga 135 XIII " " CRÍTICA Y LIBROS 139 Sociedad Editorial Cuba Contemporánea PUBLICACIONES (Dirigidas por Carlos de Velasco.) I. Revista mensual _Cuba Contemporánea_. II. _Biblioteca de "Cuba Contemporánea"._ Vol. I: _Pensando en Cuba._ Por José Sixto de Sola. III. _Biblioteca "La Cultura Cubana"._ Vol. I: _Granos de Oro_. Pensamientos seleccionados en las obras de José Martí. Por Rafael G. Argilagos. (A este volumen, y en la misma Biblioteca, seguirán libros de José Antonio Saco, Rafael M. Merchán, Luz y Caballero, Enrique Piñeyro, el Padre Varela, etc., etc.) _PROXIMAMENTE_ Libros de: Enrique José Varona, Manuel Sanguily, Antonio S. de Bustamante, Dulce María Borrero de Luján, José de Armas, A. Hernández Catá, Luis Rodríguez-Embil, Bernardo G. Barros, José Antonio Ramos, Max Henríqnez Ureña, Emilio Bacardí, Mariano Aramburo, Mario Guiral Moreno, Raúl de Cárdenas, Julio Villoldo, etc., etc. OFICINAS: O'REILLY, 11 Teléfono M-2724 TALLERES: Tte. Rey, 27 y Aguiar, 114 Teléfono A-7105 LA HABANA, CUBA. End of the Project Gutenberg EBook of Granos de oro, by Rafael Argilagos *** END OF THE PROJECT GUTENBERG EBOOK 43861 ***